El
mito de Sísifo (1942) es uno de los ensayos más significativos del
escritor argelino Albert Camus (1912 – 1960). En él explica la filosofía del
absurdo como una exigencia del despertar en la cual el hombre cuestiona el
sentido de la vida. El mito de Sísifo, El
extranjero (1942), y El malentendido
(1944) son parte de una determinada fase de pensamiento en la que la atención
está volcada hacia el absurdo, así lo escribió Camus en sus Cuadernos: “Sísifo terminado. Los tres Absurdos están acabados. Comienzo de la
libertad” (Suances; 2004, 192). Inmanentes al absurdo son la evasión, la pasión
y la libertad. Mas una de las respuestas ante el absurdo, cuando el mundo ya es
más bien terrible, es la rebelión, tema con el que cierra esta etapa y se
encamina hacia nuevas reflexiones en cuanto a esta consecuencia.
Camus
logró ejemplificar mediante la literatura esta peculiar sensación de «absurdo»
y «rebelión» y cómo el hombre llega a ellas. Si bien La Peste no pertenece a lo que Iuri Lotman designó como el
«tríptico absurdo» existen aún en esta obra rasgos y personajes que siguen
reafirmando las ideas en torno al absurdo que el escritor dejara muy en claro
en El mito de Sísifo. Por ejemplo, la
figura del extranjero, del alienado, le sirvió como vía para demostrar un
estado en el que el hombre experimenta un “despertar” y al mismo tiempo una
“espesura” ante un mundo que le parece totalmente irracional, figura crucial
que aparece tanto en El extranjero,
como en La peste.
En El mito de Sísifo, Camus reflexiona fundamentalmente
sobre el dilema del valor de la vida y afirma que el único problema filosófico
serio es el del suicidio, es decir, si la vida vale la pena o no de ser vivida.
El autor dice que la gente se suicida porque se da cuenta de que vivir no vale
la pena, que la existencia exige la realización de ciertos gestos y que cuando
uno decide morir es porque ha reconocido que dichos gestos son ridículos y que
el sufrimiento es inútil. Bajo estas circunstancias el hombre ya no puede
hallar una explicación a su existencia, se siente extranjero, un ser que no
tiene ni recuerdos de patria, ni esperanza de tierra prometida. Esta sensación
es justamente la del absurdo, algo que no se puede explicar o palpar de manera
objetiva, pero que vive en el hombre y en su inteligencia. Lo absurdo es
fundamentalmente una rebelión de la carne, un darse cuenta de que el mundo es
«espeso» y «extraño». Este absurdo es un malestar, una náusea, una inquietud
del hombre ante el hombre mismo. Entre todas las definiciones que el autor
ofreció para la idea del absurdo, la más iluminadora acaso sea la que percibe
que lo absurdo “nace por el contraste entre el deseo de racionalidad
humano y el silencio irrazonable del mundo.”
(Suances; 2004, 189). Cabe señalar que el autor se refiere constantemente a la
noción de confrontación, de un choque y también de una paradoja. El hombre al
entender el absurdo está siendo testigo de una iluminación a la que le sigue la
decisión de permanecer en la sombra, en palabras de Camus “la lucidez frente a
la existencia y la evasión fuera de la luz” (Camus; 1999, 15). La absurdidad
nace de una comparación entre una acción y el mundo que la supera, entre un
estado de hecho y cierta realidad. Lo absurdo no está en el mundo ni en el
hombre sino en su presencia en común. Para Camus es muy importante la
conciencia de la lucha, no tanto la del equilibrio; dice que “el hombre
absurdo, por el contrario, no procede a esa nivelación. Reconoce la lucha, no
desprecia en absoluto la razón y admita lo irracional” (Camus; 1999, 53). La
aceptación no es sinónimo de estatismo, el absurdo no es negar que existe la
razón, sino aceptar que también existe lo irracional y que la misma
inteligencia permite al hombre darse cuenta de lo que nunca podrá llegar jamás
a comprender.
Camus
parte de un sistema donde desde el principio existe la «no significación» del
mundo, para luego encontrarle un nuevo sentido y una profundidad. Lo absurdo es
“el divorcio entre el espíritu que se desea y el mundo que decepciona, mi
nostalgia de unidad, el universo disperso y la contradicción que los encadena” (Camus;
1999, 67). El siguiente paso es aceptar el «espesor», darse cuenta y ligarse
por siempre a él. Mas lo que importa al autor es explorar no al absurdo como
resultado sino partir de éste como inicio y resolver las consecuencias o los
caminos a los que el absurdo como punto de partida puede dirigir. En sus
novelas, así como en su obra ensayística, Camus discute conceptos tales como el
suicidio, la rebelión, la libertad, la evasión, la esperanza, la pasión, pero
sobre todo y con todas las posibilidades, una actitud que afirma la vida y que
en últimas instancias conduce a la rebeldía.
En La Peste (1947) el autor se ocupa de
crear un ambiente que se corresponde con la idea de que el absurdo está al
principio, la atmósfera, así como la ciudad de Orán responden a paisajes cuya
sordidez y estatismo llevan a sus habitantes a la aburrición y a actuar a
través de hábitos y costumbre. La aridez insalvable y la absurdidad, aunque no
explicada como tal, se presenta desde las primeras páginas cuando el narrador
apunta que: “hay ciudades y países donde las gentes tienen, de cuando en
cuando, la sospecha de que existe otra cosa” (Camus; 2012, 10). Mas en Orán no
sucede esto, la costumbre impera en la ciudad, un lugar en el cual no hay
manera de buscar otra cosa sino el mismo páramo siempre.
Por otro
lado, en El extranjero, Camus
demuestra que el mundo es irracional y la vida gratuita. Lo “absurdo” no se
explicita como tal en este volumen, sino que se demuestra a través de acciones
y pensamientos de los personajes. Desde las primeras páginas el autor presenta
a Meursault como un protagonista que está consciente de la absurdidad de toda
la existencia, un hombre que además entiende lo absurdo no solamente como lo
contradictorio sino como un rasgo de lo arbitrario. Así, la vida de Meursault
no parece tener sentido alguno: “Antihéroe indolente, no camina hacia una meta,
sólo vive ciega y automáticamente, repitiendo los gestos, los pensamientos, las
sensaciones” (Suances; 2004, 185). Su vida es azarosa, así la entiende él, y
este azar se manifiesta en las decisiones que toma, por ejemplo, al matar al
árabe o al casarse con María, decisiones hechas bajo el convencimiento de que
ejecutar una acción u otra da lo mismo.
Camus no
pudo haber elegido mejor y más paradójico título que El extranjero, Meursault que se afirma a sí mismo como un ser igual
a todos, “como todo el mundo” (Camus; 1994, 99), es la persona más alienada y sólo
a veces es consciente de su estado de alienación. Como todo el mundo ama a su
madre, como todo el mundo sigue la corriente en las acciones cotidianas de la
sociedad, y, sin embargo, tanto sus pensamientos como actitudes están
deslindados de la sociedad a la que pertenece, por ejemplo, asesinar al árabe
sin la consciencia de la fatalidad, no arrepentirse de su crimen, no sentir
verdadero pesar ni por el crimen ni por no haber llorado en el funeral de su
madre.
En La peste, Camus trabaja a otro personaje
extranjero: Rambert, otro ser alienado quien, contrario a Meursault, no cree
pertenecer al resto de la sociedad aunque de hecho sí lo hace. El narrador dice
sobre Rambert que: “la base de su argumentación consistía siempre en decir que
él era extraño a la ciudad y que, por lo tanto, su caso debía ser especialmente
examinado” (Camus; 2012, 91). Rambert al igual que algunos de los otros
personajes pasan por un proceso en el que cambian sus maneras de ser, al
principio tiene esperanza y hace lo posible por escapar; al principio lucha en
contra de su condición de extranjero, busca una salvación, una puerta de
salida, como lo hiciera en su momento Meursault, pero al final, el absurdo de
la existencia les pueden más, Camus hace de sus personajes diversas versiones
de los héroes absurdos: Rambert al igual que Meursault tienen un poco de esperanza,
pero paulatinamente se van deslindando de ella y al final ninguno de los dos se
esfuerza por encontrar la puerta de salida sino que se quedan viviendo en la
misma situación. Meursault acepta su muerte, acepta que no es libre, que morirá
y renuncia a la esperanza, Rambert es también un prisionero del cerco instalado
a causa de la peste, aunque es tarde cuando cae en cuenta de esto. El narrador
escribe que algunos habitantes de Orán, “como Rambert, llegaron incluso a
imaginar que seguían siendo hombre libres”. (Camus; 2012, 140)
Como es
evidente, en ambas novelas, Camus también pone en tela de juicio el concepto de
libertad. Mario Vargas Llosa escribió sobre El
extranjero que “como otras buenas novelas, se adelantó a su época,
anticipando la deprimente imagen de un hombre al que la libertad que ejercita
no lo engrandece moral o culturalmente; más bien, lo desespiritualiza y priva
de solidaridad, de entusiasmo, de ambición” (Vargas; 2002, 211). De modo que la
libertad, tan exaltada en las sociedades occidentales es presentada
precisamente como la causa de la condena. La libertad en este libro también es
una cosa absurda, contradictoria y sin sentido; Meursault era libre, en su
libertad mató a un hombre y terminó condenado. Los habitantes de Orán, en
teoría son libres, pero la realidad es que viven en un encarcelamiento forzoso
a causa de factores que no pueden controlar. Meursault, encerrado y condenado,
reflexiona sobre los límites y las consecuencias de su libertad propia. Aunado
a la libertad, añade el concepto de evasión, Meursault se pregunta si acaso
existe la posibilidad de escapar del engranaje social, quiere saber si lo
inevitable, en este caso su muerte, puede tener otra salida. Esta reflexión es
importante pues trata de subvertir el cauce de lo absurdo inevitable; Meursault
dentro de la celda se pone a pensar en los condenados a muerte que por alguna
causa habían logrado escapar de su condena, mas su pensamiento sigue teniendo
al azar como un factor clave “de que en su precipitación irresistible, el azar
y la posibilidad, por una vez, al menos, habían cambiado alguna cosa” (Camus;
1994, 156). Este tema lo abordó durante una conversación con el guardia jefe de
la prisión quien le explica que la razón por la que están todos aquellos en la
cárcel es para privarlos de la libertad pero que, sin embargo, a pesar de dicho
castigo, los presos “concluyen por satisfacerse por sí mismos” (Camus; 1994, 113).
La
satisfacción de sí mismos, aún sin gozar de libertad, es una cuestión que a
través de Rambert regresa a tratar en La
peste, y es una de las cuestiones más importantes dentro de las líneas que
toma el absurdo como conclusión. Al final, Camus demuestra que no existe al
final una puerta de salida pero que la vida en su absurdidad más absoluta no
debe por esto ser odiada y evadida sino abrazada y vivida con alegría. El
absurdo niega la libertad eterna pero otorga libertad de acción. Antes del
absurdo, el hombre actúa como si fuera libre, tiene metas, esperanzas, luego
del absurdo todo se derrumba, la muerte es la única realidad. No hay mañana ni
futuro, así que “la muerte y el absurdo son los principios de la única libertad
razonable” (Camus; 1999, 79) y con esto “el hombre absurdo vislumbra así un
universo ardiente y helado, transparente y limitado, donde nada es posible pero
todo está dado” (Camus; 1999, 79). Meursault dice que: “lo que interesa es la
posibilidad de evasión, un salto fuera del rito implacable, una loca carrera
que ofrece todas las posibilidades de esperanza” (Camus; 1994, 156). En este
momento, Camus está a favor de un «salto» que pudiese mover el rumbo
inalterable de la existencia. Meursault quiere dar ese salto pero el mismo
engranaje social se lo impide. Sin embargo, hacia el final Meursault entiende
que el hombre se acostumbra a todo y que la clave es una resignación alegre
frente a lo inamovible. Meursault pierde la esperanza, su mundo es totalmente
indiferente y saberse cerca de la muerte le da bríos para vivir de nuevo.
Camus
reitera en El mito de Sísifo que
todos los filósofos existenciales proponen la evasión como salida, lo que
llamaría «el salto», más para él la evasión no es la respuesta, lo cual se
puede ejemplificar mediante los pensamientos finales de Meursault en donde él
reflexiona sobre las puertas de salida y de los condenados que quizá lograron
escaparse. Meursault comprende que la verdadera salida está en el
renunciamiento a la esperanza. En la ciudad de Orán, los efectos de la peste
generan diversos sentimientos en sus habitantes. Al principio, en ellos existe
la esperanza de que aquello terminará y que podrán regresar a sus actividades
normales, muchos se niegan a pensar en que ya son esclavos y tienen esperanza.
Camus en El mito de Sísifo (1942)
escribió que: “el pensamiento de un hombre es ante todo su nostalgia” (Camus;
1999, 66); los habitantes de Orán se consuelan con su nostalgia, con sus
inútiles recuerdos, se sienten como exiliados y extranjeros, “el sufrimiento
profundo que experimentaban era el de todos los prisioneros y el de todos los
exiliados, el sufrimiento de vivir con un recuerdo inútil. Ese pasado mismo en
el que pensaban sólo tenía el sabor de la nostalgia” (Camus; 2012, 64).
Es
comprensible, dice Camus, que el hombre ante la consciencia del absurdo vuelque
su existencia hacia diferentes cosas que lo alejen de esta consciencia y así «saltan»
hacia un mundo a su medida. Este salto supone la posibilidad de lo eterno,
enemigo a la inmediatez y finitud propia del sentimiento y realidad del
absurdo. Camus luego de establecer la imposibilidad de conocimiento total propone
que a pesar de ello y a pesar de todo debe mantener la apuesta por lo absurdo,
es decir, no efectuar ese salto. Meursault es el personaje absurdo por excelencia,
renuncia a la esperanza, es indiferente y ha entendido el engranaje absurdo de
la vida, mas no se suicida, vive en él y responde a él en todos los sentidos.
El problema con Meursault es que vive en un mundo en donde el resto de la gente
ha dado saltos hacia asuntos morales, hacia la sociedad correcta, hacia las
normas y reglas de la religión, en fin, hacia una serie de cosas que les
permiten saltar, evadirse y evitar el absurdo. Como Meursault no salta, sino
que es fiel a sí mismo y aprehende la absurdidad del mundo, es condenado por
ser un extranjero, un hombre que no tiene patria ni consciencia de futuro.
Consecuentemente, otra consideración fundamental para el hombre absurdo es la
conciencia de que no existe el mañana, a saber, que la inmediatez es
fundamental para la concepción de la existencia. A Meursault sólo le ocupa el
presente. Camus establece que el hombre absurdo no contempla la idea del
mañana; no vive sino en el presente, en la inmediatez. Esta falta de proyección
a futuro convierte a Meursault en un hombre extraño al mundo, “se siente extranjero en un mundo privado de luces e ilusiones,
pues no percibe más que incoherencia. No es de ningún lugar, ni tiene proyectos
de futuro, sólo le preocupa el presente. Entonces, cuando el mundo no es más
que un paisaje desconocido, cuando el corazón no encuentra apoyos en un universo
cerrado, se experimenta lo absurdo y uno se convierte en extranjero” (Camus;
2004, 186).
Asimismo,
el narrador de La Peste insiste en
que la actitud que adoptan sus habitantes no es la de una simple resignación por
carecer de futuro sino una certeza y un consentimiento gracias al cual “sin
memoria y sin esperanza, vivían instalados en el presente” (Camus; 2012, 153). La
ciudad de Orán también asume que no tienen un futuro: “había que esperar
todavía. Pero a fuerza de esperar se acaba por no esperar nada, y nuestra
ciudad entera llegó a vivir sin porvenir” (Camus; 2004, 214). Al igual que Meursault,
los habitantes de Orán se van alejando de la esperanza: “no había sitio en el
corazón de nadie más que para una vieja y tibia esperanza, esa esperanza que
impide a los hombres abandonarse a la muerte y que no es más que obstinación de
vivir” (Camus; 2004, 216). Pero tiempo después algunos, como Cottard y Rambert
logran renunciar a la esperanza, y viven. La falta de esperanza y la consciencia
de que nada está claro son características de este despertar con el absurdo. Cabe
mencionar que Camus critica en su ensayo, a los racionalistas y su tendencia a
explicarlo todo y prefiere partir de los postulados de los filósofos
irracionales que no necesitan el conocimiento absoluto del mundo. El hombre
absurdo es aquel que no necesita que le expliquen más, el hombre absurdo se
contenta con lo que sabe, con lo que conoce. El “amor fati” del que habla
Nietzsche en Ecce homo resuena por
ser un antecedente para el pensamiento de Camus, pues es la actitud perfecta
que el hombre debe adoptar frente a un mundo en eterno devenir al que hay que
decirle siempre que sí:
Mi fórmula
para la grandeza en el hombre es el amor “fati”; no querer tener nada de
diverso de lo que se tiene, nada antes, nada después, nada por toda la
eternidad. No sólo se debe soportar lo necesario y no esconderlo –todo
idealismo es mentira frente a lo necesario-, sino “amarlo”. (Suances; 2004,
76).
Ahora es
preciso retornar al concepto principal que abre El mito de Sísifo, es decir, el del suicidio, tal como lo explicita
Camus en la primera página del ensayo: “el tema de este ensayo es justamente la
relación entre lo absurdo y el suicidio, la medida exacta en que el suicidio es
una solución para el absurdo” (Camus; 1994, 16). Sin embargo, es el hecho de
que no es posible escapar del absurdo el verdadero motor del ensayo. Camus nota
el error frecuente del hombre, quien por diversas causas, cree que negarle un
sentido a la vida conduce necesariamente a declarar que ésta no vale la pena de
ser vivida, sin embargo, sucede que en la negación de dicha premisa radica la
fuerza de la actitud vital frente al absurdo, a saber, que la absurdidad de la
vida no requiere forzosamente escapar de ella.
Dentro
del ambiente de enfermedad y plaga de La
peste, existe un personaje que enarbola la actitud que Camus describe como
la ideal para el hombre absurdo frente a la vida, éste es el suicida Cottard,
cuya visión de la vida evoluciona desde su primer intento fallido de matarse.
Este personaje enarbola el proceso que Camus describe en El mito de Sísifo en tanto que luego de fracasar en el suicidio se
convierte en el héroe absurdo, el hombre que acepta y que es feliz en la irracionalidad
y absurdo, que puede estar alegre en la cárcel y en la condena. De acuerdo a
los apuntes de Tarrou, Cottard es un hombre satisfecho: “él está amenazado como
los otros pero justamente lo está con los otros. Y además cree seriamente,
estoy seguro de ello, que no puede ser alcanzado por la peste. Se apoya sobre
la idea, que no es tan tonta como parece, de que un hombre que es presa de una
gran enfermedad o de una profunda angustia queda por ello mismo a salvo de todas las otras angustias o
enfermedades” (Camus; 2012, 162). De manera que Cottard, en su forma de pensar,
afirma que una vez logrando la aceptación de la absurdidad, el hombre puede
dejar de estar afectado por ella. Camus es consecuente con la noción de que su
ensayo “considera a lo absurdo, tomado hasta ahora como conclusión, como un
punto de partida” (Camus; 1999; 11). Asimismo, Cottard tiene su manera de
explicar este sentimiento que está desde el inicio y que no es una
consecuencia: “la condena es un principio, no es un fin. Mientras que la peste…
¿Quiere usted saber mi opinión? Son desgraciados porque no se despreocupan”
(Camus; 2012, 165).
Cottard
está afirmando una manera de vivir en la cual se acepta la vida tal cual es. Él
es el ejemplo de que el suicidio no es la consecuencia del absurdo. Es un
hombre que luego de haber intentado el suicidio apuesta por la afirmación de la
vida. Camus afirma que “no hay espectáculo más hermoso para un hombre sin
anteojeras que el de la inteligencia enfrentada a una realidad que la supera” (Camus;
1999. 73). El sentimiento de Cottard también se corresponde con la crítica al racionalismo
y a un mundo del que el hombre exige tener conocimiento total. Uno de los más
importantes críticos al racionalismo fue Friedrich Nietzsche quien otorgó una
primacía a los instintos y a la voluntad por encima de la racionalidad y el
deseo de conocer. Nietzsche está a favor de la aceptación de un mundo cuyas
certezas no podemos entender: “Se ha negado lo irracional, lo arbitrario, lo
contingente, como si fuera la causa de múltiples daños físicos” (Suances; 2004,
38-39). En El mito de Sísifo, Camus
afirma que el conocimiento total de las cosas que nos rodean es imposible, y
que el hombre debe aceptar dicha situación tal como es. Antes mencioné que el
hombre absurdo se contenta sólo con lo que sabe y nada más y que esta actitud
es alegre: “el punto central de esta alegría es la infinita afirmación de las
cosas sin pensarlas, sin racionalizarlas, envueltas como están en la
casualidad” (Suances; 2004, 66). El discurso de Camus se apoya en filósofos del
irracionalismo, como Heidegger, Nietszche y Kierkegaard, cuyos postulados
estaban cimentados en la pasión, la voluntad y los impulsos. A Camus no le
interesa seguir peleando en contra de la racionalidad, sabe que el ser humano
parte de una imposibilidad de conocimiento y propone un estado no de ascesis
sino de aceptación ante este hecho, es decir, no niega la razón, pero afirma
que con la razón y a través de la inteligencia se debe concluir que el mundo es
en sí absurdo, que no se lo puede conocer y que el hombre está rodeado de
elementos irracionales: “este mundo en sí no es racional, es cuanto se puede
decir. Pero lo que es absurdo es la confrontación de esa irracionalidad con el
deseo profundo de claridad cuya llamada resuena en lo más hondo del hombre” (Camus;
1999, 24).
El
hombre absurdo, además, se exige a sí mismo vivir solamente con lo que sabe y
se arregla con lo que es, el hombre absurdo quiere saber si es posible vivir
sin apelación. Camus propone que la vida se vivirá mejor cuanto menos sentido
tenga ésta, el absurdo no es una negación, es un vivir iluminado por la
consciencia: “vivir es hacer que viva el absurdo” (Camus; 1999, 72). No porque
la vida sea absurda hay que renunciar a ella. La conclusión más importante para
Camus dentro de su percepción del absurdo es que no se le debe dar la espalda,
que aunque la vida no valga la pena de ser vivida, tiene que vivirse, el hombre
tiene que ser rebelde ante el determinismo y aún más importante, tiene que ser
feliz:
Al
contrario de Eurídice, lo absurdo sólo muere cuando se le da la espalda. Por eso
una de las pocas posiciones filosóficas coherentes es la rebelión. Esta es un
enfrentamiento perpetuo del hombre con su propia oscuridad. Es exigencia de una
posible transparencia. Pone el mundo en tela de juicio en cada uno de sus
segundos. Así como el peligro proporciona al hombre la insustituible ocasión de
asirla, también la rebelión metafísica extiende la conciencia a lo largo de la
experiencia. Es esa presencia constante del hombre ante sí mismo. No es
aspiración, carece de esperanza. Esta rebelión no es sino la seguridad de un
destino aplastante, sin la resignación que debería acompañarla (Camus; 1999,
72-73)
Si Camus
ha elegido a Sísifo como el héroe perfecto para ejemplificar el absurdo de la
existencia, no es sólo por haberse tratado de un ser tan rebelde que en
múltiples ocasiones se atrevió a retar y burlar a los dioses. El regreso al
mito fue por la trascendencia de los mitos y porque “Camus considera que la
sabiduría antigua trágica coincidía con el heroísmo contemporáneo” (Suances;
2004, 190). Esta consideración está inspirada en los postulados de Nietzsche
tratados en El origen de la tragedia
donde explica la importancia de algunos héroes al ser rebeldes absurdos que se
creen dueños de su destino, así como en La
voluntad de poder, en donde explica que la afirmación sin condiciones de la
voluntad de poder está basada en la noción de querer vivir. Nietzsche se
instala en la afirmación vital a partir de sus conclusiones con respecto a la
tragedia griega, en donde la lucha y la aceptación del dolor no desdicen la
vida sino que la afirman:
La tragedia
se da en Grecia cuando ésta acepta el dolor no sólo sin desdecir por ello la
vida, sino afirmándola por eso mismo. La tragedia no es algo que provoque el
terror y la compasión; en ese caso debilitaría, desorganizaría; sería un
proceso de disolución, de decadencia, algo peligroso para la vida. No; la
emoción trágica consiste en la embriaguez de vivir la vida a pesar de la lucha
que éste lleva consigo. La emoción trágica es más bien un tónico que lanza a la
vida tomando el dolor y las dificultades como estímulo (Suances; 2004, 20)
Los
griegos entendieron que algo de loable había en la rebeldía ante el destino y
que el hecho de ir en contra de los dioses significaba más bien una actitud de
embriaguez de la vida. Sísifo, tal como lo presenta Camus, es el héroe que
lucha y se rebela sabiendo que su castigo es inevitable y como sea es feliz. El
mismo Camus expresa que Sísifo es, en esos instantes en que se sabe en una
actividad inamovible es dueño de su destino y su rebelión consiste en ser
feliz. El hombre absurdo “seguro de su libertad a plazo, de su rebelión sin
futuro y de su conciencia perecedera prosigue su aventura en el tiempo de su
vida” (Camus; 1999, 89). Todo es infecundo, no hay futuro, el único pensamiento
no engañoso es un pensamiento estéril. Lejos de sufrirlo, tal como Nietzsche en
El origen de la tragedia Camus
entiende que lo absurdo no siempre es angustia: “hay una felicidad metafísica
en sostener la absurdidad del mundo” (Camus; 1999, 123).
Ahora
bien, la rebeldía que Camus trabaja posteriormente en otras de sus obras, tales
como Calígula (1944) y El hombre rebelde (1955) se deslinda de
la aceptación neta del absurdo y se encamina hacia la acción. Con este tipo de
rebelión, Camus no ve al hombre sólo como individuo sino que lo considera como
parte de la colectividad y preocupado por ella. En La peste, la compasión y simpatía de los personajes muestran que
sólo la rebelión concilia al ser humano con su destino. “Mientras que Meursault
y Calígula, como Sísifo, habían cedido a la suerte que les había tocado, el
doctor Rieux se apiada de los que sufren y comprende que no puede aislarse” (Suances;
2004, 193). De modo que la característica de la rebelión radica en una protesta
por el espectáculo de la sinrazón y en una actitud que engendra acciones. Así
pues, la consecuencia por la que tanto se preocupó Camus en El mito de Sísifo está en la rebelión y
una de sus manifestaciones, la que más le importa al filósofo, radica en la
creación artística.
No es
casualidad que tanto Nietzsche como Camus llegaran a la conclusión de que la
rebeldía tiene una de sus mejores salidas en el arte. “El artista actúa como
testigo de su época, proyectando para los tiempos venideros, reparando y
modificando la realidad, por medio de la creación. Creando, se puede dar unidad
a lo disperso. En definitiva, más allá del nihilismo, considera que es posible
un pensamiento y una acción que sin pretender resolverlo todo, permita hacer
frente a la realidad de modo creador” (Suances; 2004, 195). En el fondo, a
pesar de las desolaciones, nihilismos y desesperanzas, es verdad que se funda,
para el pensamiento de Camus, una solución en la acción en la rebeldía y en el
arte que se convierte en un sinónimo de la voluntad de vivir, en el medio que
afirma al hombre y que reitera que el pensamiento existencialista de Camus no
es pesimista y que acaso no está tan separado del humanismo sartreano que
encuentra su salida en las acciones que harán trascender al hombre.
La
salida, que no es el salto, pero sí la consecuencia feliz de una vida absurda
está en el arte. Nietzsche afirma que tenemos el arte para no morir de la
verdad. Dentro de un mundo que no es totalmente comprensible y bajo su idea de
que la voluntad de verdad es enfermiza, propone una vida a favor de la
creación, de la voluntad y de la «no verdad»: “vivir por tanto, es inventar,
crear, o sea, construir un sentido en nuestro trato con los hechos. El nuevo
honor es se creadores” (Suances; 2004, 70). Para Camus crear es vivir dos
veces, la obra es en sí un fenómeno del absurdo ya que en ella están todas las
confrontaciones del pensamiento enredado en lo absurdo. La obra absurda exige a
un artista consciente de sus límites. El arte es una respuesta para la
absurdidad del mundo pues “si el mundo fuera claro no existiría le arte” (Camus;
1999, 129); el arte absurdo ilustra tanto el divorcio como la rebelión, es
tanto un ejercicio de desapego como de pasión en donde arde la inutilidad de la
vida del hombre.
El
artista absurdo trabaja y crea para nada y lo sabe, pero también sabe que el
artista “debe dar al vacío sus colores” (Camus; 1999, 147). La creación
artística es “la rebelión tenaz contra su condición, la perseverancia en un
esfuerzo condenado estéril” (Camus; 1999, 149). La creación absurda es rebelde,
libre y diversa. Por esta actitud de rebelión y libertad a Camus le interesa
sobremanera la figura de Sísifo, pues se trata de un héroe rebelde cuyas
acciones están condenadas a la repetición eterna y cuyo castigo no va a
terminarse jamás; sin embargo, Sísifo es el héroe que como Meursault, hace suya
la condena y dentro de ella logra alegrarse. A Camus le interesa
particularmente Sísifo en el momento en que regresa hacia abajo, ese instante
es el de la conciencia, cuando es más fuerte que su roca. Al respecto, Camus
encuentra en el pensamiento de Tarrou, una demostración del absurdo más pleno
en el momento del descenso. Tarrou piensa así: “la primera mitad de la vida de
un hombre era una ascensión y la otra mitad un descenso; que en el descenso los
días del hombre ya no le pertenecían, porque le podían ser arrebatados en
cualquier momento, que por lo tanto no podía hacer nada con ellos y que lo
mejor era, justamente, no hacer nada” (Camus; 2012, 101). Mas Sísifo es el más
dichoso justo en el momento en que desciende, porque entonces es dueño de su
roca, consciente y feliz con su destino. Camus propone justamente que ese
descenso puede ser dichoso, que lo absurdo y la felicidad pueden ir de la mano,
“la felicidad y lo absurdo son dos hijos de la misma tierra. Son inseparables.
El error consistiría en decir que la felicidad nace forzosamente del
conocimiento de lo absurdo. A veces ocurre que el sentimiento de lo absurdo
nace de la felicidad” (Camus; 1999, 159). Y aquí Camus regresa a ejemplificar a
través de los héroes griegos, por ejemplo Edipo: “juzgo que todo está bien,
dice Edipo, y esa frase es sagrada. Resuena en el universo feroz y limitado del
hombre. Enseña que no todo está agotado, no ha sido agotado” (Camus; 1999,
159).
Esta
felicidad absurda se presentó en Meursault al momento de haber renunciado por
completo a todo, justo en el límite, al voltear los ojos al abismo, el hombre
puede despojarse de todo y aceptar su vida. Dentro de Orán, el narrador cuenta
que en horarios específicos, la ciudad de muestra del despliegue de la más
grande pasión por la vida: “todos los días de once a dos, hay un desfile de
jóvenes de ambos sexos en los que se puede observar esta pasión por la vida que
crece en el seno de las grandes desgracias” (Camus; 2012, 103). Estas
manifestaciones tienen lugar justo en medio del desastre. Además, los
habitantes de Orán tiene, por lo general, una buena actitud: “en conjunto no
eran cobardes, abundaban más las bromas que las lamentaciones y ponían cara de
aceptar con buen humor los inconvenientes, evidentemente pasajeros” (Camus; 2012,
69).
Camus se
había planteado en El mito de Sísifo
si acaso era posible vivir sin apelación, mas lo importante, se da cuenta
después, no es vivir lo mejor posible sino lo más posible. De nuevo, no se
trata de entregarse al suicidio y renunciar sino de existir en la absurdidad.
Hay que ser alegres, no a pesar de que el mundo es irracional, sino porque el
mundo es irracional.
Bibliografía:
Camus,
Albert, El mito de Sísifo, Alianza, Madrid,
1999, 179pp.
------------------,
El extranjero, Emecé, Buenos Aires,
1994, 175pp.
------------------,
La peste, Random House, México, 2012,
255pp
Suances
Marcos, et. Al., El Irracionalismo Vol.
II, Síntesis, Madrid, 2004, 221pp.
Vargas
Llosa, Mario, La verdad de las mentiras,
Alfaguara, Madrid, 2002, 414pp.
Music on: Half light 1 - Arcade Fire
Quote: "Toda buena poesía consiste en el espotáneo desbordamiento de intensas emociones"
Reading: El obsceno pájaro de la noche - José Donoso
No hay comentarios.:
Publicar un comentario