lunes, 3 de octubre de 2011

Recuerdo de un amor platónico

Un recuerdo llegó de pronto a mi mente, con todo detalle y nitidez, un recuerdo que hilvanaba otro y otro, todos sobre la misma época y la misma persona. Y todo lo veo de manera distinta. Proust y Bachelard dirían que la memoria y la imaginación van de la mano, de manera indisociable. Pero no estoy tan segura; creo que este recuerdo está en sí mismo, más bien, contaminado por idealismos e imaginaciones y que ahora, quitándoselas objetivamente, todo aquello resurge desde un realismo apabullante.

No hace mucho recordé los días que pasaba con él, en cada receso en el patio de la secundaria; yo tenía 15, quizá 16, y él, para entonces estaba entrando en los cuarenta, lo digo así pues no me enteré bien de su edad, sino por los cálculos que hice desde que vi su anillo de generación: “Licenciatura en Historia, generación 1985 – 1989.” Es verdad; yo nací el año en que él ya empezaba la carrera, pero claro, ese detalle no me desalentó entonces.

Entiendo que a mis años de pubertad quería traer el mundo en la mano y nada me parecía tan difícil de realizar; pensaba que su presencia era un alivio, estaba ávida del conocimiento que en mi ingenuidad, él poseía y estaba igualmente hipnotizada por su personalidad, seguridad y sentido del humor. Aquí es donde el recuerdo y la imaginación comienzan a fragmentarse. Yo ahora puedo ver cuán fuera de lugar estuvo su actitud, ¿qué tenía que hacer un hombre casado, que era unos 18 años más grande que yo, gastando su tiempo y atenciones en una niñita tonta que apenas terminaba la secundaria? ¿A qué se debían sus atenciones en las aulas, momentos que a veces pasaba por completo hablando conmigo sin ocuparse de dar su clase? ¿No tenía cosas mejores que hacer que pasar los recesos a mi lado? ¿Por qué aceptó darme su número de teléfono y se aventuró a llamarme a mi casa? Lo que entonces me parecía lindo y atento, ahora me resulta patético y desagradable.

Recuerdo mis esfuerzos por agradarle, quizá le llamó la atención que le haya llevado a leer un cuaderno totalmente lleno con mis pensamientos e ideas sobre el mundo; no es usual que una adolescente se ponga a redactar semejante mamotreto. Quizá también le haya seducido de alguna forma que en las cartas que le escribía citaba fragmentos de Ulises de James Joyce o de Orgullo y prejuicio de Jane Austen; aunque en realidad no había leído ninguna de esas obras, sino que apenas estaba investigando cómo se usaba la Enciclopedia Encarta, versión digital.

La verdad en cuanto a lo que entonces sentía, no ha cambiado, no son imaginerías, sé que lo quería, y que ese querer era un amor platónico, en el sentido más clásico de la palabra; yo no pensaba en establecer relaciones carnales con él, y de hecho muy pocas veces consideré besarlo; al contrario, mi admiración era pura y sincera, amaba su elocuencia, su forma de vestir, —aunque ésta fuese en realidad espantosa—, me sentía muy atraída por cada cosa que decía y por cómo lo sabía, por su conocimiento, por su transparencia. Pero eso ahora es una mentira.

Algo que sí comparto con Proust es la evocación sensorial: cada que por algún pasillo o calle alguien usa la loción que tanto lo distinguía, no puedo sino recordarlo a él, con todas esas bellezas que a mis quince años, lo conformaban. Recuerdo su cercanía y la mano que de pronto me daba y que me llenaba de ese olor peculiar, también aparecen en mi memoria su traje verde impecable, el contenido exacto de su portafolios, sus plumas, las reglas de metal que tanto le gustaban. Pero luego caigo invariablemente en la más nítida realidad y me pregunto las mismas cosas, y regreso a la afirmación sobre su actitud patética y cobarde, ¿qué tenía que estar haciendo él fingiendo estar interesado en mí? Antes me preguntaba, cuando de pronto desaparecía de mi vista y sus acciones se tornaban frías, ¿por qué me buscaba clandestinamente y luego me dejaba caer sin más explicaciones? Ahora lo sé, entiendo cuán absurdo y estúpido era que él tratase de jugar al amor, entiendo su actitud confusa, que por un lado sabía que estaba actuando mal y por otro quería seguir hablándome, entiendo un poco… pero finalmente eso ya no importa.

Antes me parecía el ser más sabio e inteligente del mundo. Pasada esa época de pubertad, tres o cuatro años después hubo un encuentro que me empezó a confirmar la vaguedad de su ser, su falta de interés, su inconsistencia y su bajeza. Me besó y fue lo más espantoso que me hubiera sucedido. No entendió jamás mi forma de amarlo y resultó ser un hombre más, un cero, un ideal destruido. No volví a saber de él.

Pero por ese amor platónico y perfecto que le tenía, trato de no impregnar el recuerdo de realidad, quiero dejarlo un poco en esa imagen de sutileza y de ingenuidad, de esa persona que yo era entonces y que se correspondía perfectamente con cómo sucedían los hechos entonces, aunque ahora ya no sean iguales. Decía Anaïs Nin que no vemos las cosas como son sino como somos nosotros. Así pues, dejo el recuerdo allá encerrado, con sus altibajos y linduras, me refugio en el olor que me lo evoca puramente y trato de no contaminarlo con la realidad presente, dejarlo allá, como una postal a la que vuelvo de vez en cuando, sin ningún daño posible. Así es la vida.



Music on: What if  - Coldplay
Quote: "Un hombre sobrio carga las montañas; uno que bebe, las construye a diario" Alejandro Páez Varela
Reading: La furia y otros cuentos - Silvina Ocampo

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