sábado, 5 de marzo de 2011

Y ofrendamos la vida en el altar del Dios que nunca llega

Toda mi vida escolar (a excepción de la licenciatura) la pasé en una escuela para mujeres de monjas, desde el kínder hasta la preparatoria, todos los días rezando en la mañana y a las 12 del día, asistiendo a misas celebradas por cualquier motivo, cursando clases de Educación en la Fe y asistiendo a retiros.

A los 18 años dejé de creer en Dios, supe que lo que Dios hiciera o dejara de hacer me tenía sin cuidado, si existe, el mundo es una porquería y si no existe, también. Mi vida es igual de miserable o de feliz que la de muchos otros, la vida del hombre sigue siendo la misma, sólo cambia el hecho de que si uno cree en Dios hay alguien a quién echarle la culpa cuando las cosas salen mal.

Si me he llegado a parar en una iglesia ha sido por solidaridad. Voy a las misas que mi mamá manda decir por los muertos de la familia, voy a las bodas, bautizos, quince años y demás eventos que amigos cercanos celebran y les otorgan importancia. Soy solidaria, nada más. Sé que es absurdo creer en todo eso, pero me quedo callada todo el tiempo, no hace falta agredir. Es más, en general respeto a aquéllos que creen que gracias a la existencia de Dios su vida está justificándose.

Esto viene a cuenta porque hoy se realizó una de las acostumbradas y anuales peregrinaciones a la basílica a las cuales, además de los demás ritos mencionados, también estábamos obligadas a asistir. El motivo de la peregrinación, según me enteré por unas amigas, fue el aniversario número 75 de la escuela.

Me invitaron, sí, por obvias razones no asistí, pero desde la ventana de mi casa pude presenciar parte de la procesión: un montón de niñas ataviadas con el horroroso uniforme azul, —cuello de plástico, moño rojo y zapatos casi ortopédicos—, acompañadas por sus alegres padres; la comitiva era integrada por numerosas monjas, maestros, bandas de guerra y la voz en alto que rezaba una letanía inacabable de padresnuestros y avesmarías mismos que iban intercalados con cantos de memorables líneas como: “Dios está aquí, qué hermoso es, él lo prometió cuando hay dos o tres”.

Sin ánimos de ofender a nadie, de verdad, —y esto del blog es para externar lo que siento no para agredir personalmente—, lo que vi me causo un enorme sentimiento de vergüenza, pena ajena, pues. Y es que desde que salí de esa escuela experimenté un cambio de perspectiva, me di cuenta de muchas cosas que en aquellos años de estudio me parecían ciertas pero que ahora resultaban diametralmente opuestas a lo que me habían hecho creer; una de ellas, la más fuerte, la creencia en Dios, misma que dada la asistencia colosal y devoción de los peregrinos, no comparto con ninguno de ellos.

En mi egoísmo, sé que yo tengo la razón, se me hace tan difícil que en estos tiempos, con los avances de la ciencia y el pensamiento —y con el simple sentido común—, puedan existir aún personas que crean ciegamente en un ser controlador que provee de todo lo necesario y que obra, misteriosamente; un ser creador de todo (también de la maldad, en ese caso) y que sea tan cínico que permita tantísimo mal en el mundo; un ser al cual se le rinde pleitesía aunque jamás se manifiesta; un ser que de todas las maneras en las que lo quiero encontrar, me resulta más y más inexistente.

También pensé, no vayan a creer que no, que quizá para ellos es bueno creer en quimeras, yo tengo las propias y me consuelo pensando estupideces como que el amor es eterno y frecuentemente saco una escusa estúpida para que el argumento no se me desvanezca tan rápido. Pero también hay que ser objetivos, hay de quimeras a quimeras, de cegueras a cegueras y esa, particularmente, no puedo compartirla de ninguna forma.
Ya tiene casi diez años que terminé la preparatoria; cierto que esa escuela me trajo amistades entrañables y muy buenos recuerdos, y cierto también que por no seguir compartiendo el pilar ideológico que nos debería distinguir a todas por igual, me siento un tanto relegada, apartada del resto de ellas, pero no puedo renunciar a lo que tengo por cierto, a lo que a mí me funciona, y no dejo de sentir esa vergüenza ante lo que yo entiendo como una falta de madurez intelectual al seguir, como escribió José Emilio Pacheco, ofrendando la vida en el altar del Dios que nunca llega.

Music on: Bodysnatchers - Radiohead
Quote: "Yo ansío un mundo que no tenga que ver con el pasado ni con el presente, ni con la constante presión de mis pensamientos" Iván Thays.
Reading: Un lugar llamado Oreja de Perro - Iván Thays

2 comentarios:

Yo dijo...

Me vi reflejada en tu texto.Fui "creyente" hasta los 18 años más que por elección propia, por imposición, justo en la edad cuando ya es posible elegir por ti mismo lo quieres hacer de tu vida (claro, según mis padres)y al mismo tiempo en el que entré a la universidad y comprendí que la realidad va más allá de cualquier dios.
Me pregunto si te has visto en esta situación: tus padres, tíos y primos son "creyentes" y ven con muy malos ojos que tú no lo seas.
Es inconcebible que una persona pueda vivir sin una fe religiosa. De nada sirve hacerles notar que eres una persona de bien y con principios los cuales se adquieren independientemente de si uno es o no, religioso. Es una escena cotidiana en mi familia.

Hace poco estuve, por motivos familiares, en un pueblo de la sierra norte de Oaxaca. En la misa celebrada en honor a mi abuela recién fallecida, el sermón del párroco tuvo como tema la existencia del cielo, el purgatorio y el paraíso y obviamente, las maneras en las que nos ganamos un lugar en cada uno de ellos. De risa. Lo verdaderamente trágico es que los indígenas salen de la iglesia (del siglo XVI, construida por frailes franciscanos jeje) con la idea de que si se portan mal y no obedecen esos mandamientos que a muchos nos obligaron a aprendernos a base de repeticiones mecánicas, arderán en las llamas del infierno y sufrirán por toda la eternidad. Qué lindo su dios ¿no?

Ayer discutía con un conocido sobre la existencia de dios. Él sostenía que hasta en la más primitiva forma de vida está dios. Él es quien determina tu destino en este mundo terrenal y quien mueve los hilos de tu existencia; sin importar qué hagas, terminarás en el lugar que él, desde que fuiste concebido, designó para ti. Me pareció completamente absurdo. Dios me parece la excusa más barata para darle explicación a lo inexplicable; tú y tus acciones son las que dan forma a tu vida y nadie más que tú elige el camino a seguir.

En fin... respeto a quien practique cualquier tipo de fe... mientras no se metan conmigo o me quieran convertir a la fuerza a cualesquiera de las religiones que hay (y las que faltan por aparecer). Me propongo firmemente mantener lo más alejada a mi progenie de esa "superstición tonta" como la adjetivaba Hume, que es la religión.

Saludos y buen inicio de semana!

Adriana Dorantes Moreno dijo...

Me ha pasado, en efecto, que mi familia cree que he fracasado porque he dejado de creer en Dios, a veces no importan mis logros profesionales o lo que soy como persona.

Creo, como Sartre, que Dios es sólo una manera de tener a alguien a quien culpar cuando las cosas se nos van de las manos, una actitud muy patética y cobarde, pero desgraciadamente mucha gente no se ha atrevido a abrir los ojos, re resguardan en una fe que les da un feliz engaño y así se sienten felices, con la idea de que no son responsables de sus propias acciones y que todo está forjado en un plan maestro.

Por mi parte, mejor saber que tal Dios no existe, es un cruel, sanguinario, egoísta y cínico. Con un ser así controlando mi vida, qué miedo, prefiero mil veces pensar que no existe. Ultimadamente, como decía, si existe, el mundo es una porquería, si no existe, igual lo es.

Saludos de vuelta y gracias por el comentario.