domingo, 13 de marzo de 2011

Henry Miller y la decadencia: Visión del mundo en Trópico de Cáncer

Los términos de “literatura maldita” o “literatura decadente”, que si bien no pertenecen a una clasificación propiamente dicha, se asocian con ciertos escritores en particular, como Arthur Rimbaud y Paul Verlaine, a veces incluso Charles Baudelaire. Estos escritores en particular son seres que se enfrentan a un cambio de paradigma artístico en el que la belleza se busca en otras partes, no ya en la imagen idealizada del Romanticismo, quizá, sino en la inmundicia, en las entrañas de un perro muerto, por ejemplo, o en un amanecer lleno de basura.


La obra de Henry Miller se sitúa ya a principios del siglo XX, sin embargo, sus ideas manifiestan un decadentismo presente que bien tiene su base en la literatura de Baudelaire, por una parte y en las aportaciones del Naturalismo, por otra. Miller evoluciona a través de los escritores que lo anteceden y aporta una nueva idea para ver y vivir el decadentismo.


Al tiempo en que Rimbaud y Verlaine están produciendo el cenit de su obra, son acompañados por algunos de los grandes realistas y naturalistas europeos: Dostoievski, Pérez Galdós y Zolá por resaltar sólo algunos, quienes dentro de su escritura buscan también reflejar la realidad tal cual la ven y en el caso del Naturalismo (aunque haya quienes no lo distinguen del Realismo) se busca primordialmente un encuentro con la parte natural y asquerosa del ser humano.


Baudelaire propone que la naturaleza no es ideal ni hermosa, sino que se trata de una inmundicia apestosa que infesta a todos los seres vivos. Él busca una nueva belleza en lo artificial, lo cual es tomado como su principio fundamental para forjar una nueva estética. Zolá nos hace ver lo mismo en las descripciones grotescas de sus paisajes y en los personajes de sus novelas, gente deforme a veces, ordinaria otras tantas, que viven en su propia suciedad, su propia humanidad.


El crecimiento desmedido que se presentó durante le siglo XIX desembocó en sinuosas ciudades y grandes esperanzas en el progreso. A nivel artístico, sin embargo, con el fin del Romanticismo, las aspiraciones estéticas vuelven los ojos a esta realidad nueva; los artistas cuestionan su entorno y buscan una explicación frente a su existencia en un mundo que paulatinamente se encamina a una segura decadencia. Así pues, el espíritu humano se hunde en la desolación, el hombre no es ya la criatura maravillosa que sería capaz de llevar al mundo a la cima de la evolución del arte ni de la existencia.


Esta decadencia creciente ha invadido Europa, así pues, muchos vuelven los ojos a América, entonces un lugar mítico —cuna del sueño americano—, un lugar de sueños, lugar visto como un paraíso o una tierra llena de posibilidades inagotables. Walt Whitman pretende, con su voz de profeta, anunciar que América es la salida, la tierra en donde hay individualidad y unión.


En esta tierra prometida comienza la creación artística de Henry Miller. Poetas como Ezra Pound y T. S. Eliot anuncian que al igual que Europa, América va a caer. La tierra baldía de Eliot predice metafóricamente que al igual que han caído Alejandría o Atenas, caerá París y Londres y todo lo que venga después, Eliot afirma que se tratan de ciudades irreales, de sueño, porque ninguna de sus glorias son verdaderas. Aquí el primer intento por desmitificar a la gran América.


Sin embargo, a pesar de la decadencia y de esa horrible realidad que les salta de frente, estos autores conservan la esperanza de que su situación podrá ser mejor de alguna forma. Incluso Baudelaire, tan cínico, nos habla en su poema “Anywhere out of the world”, de un hastío del mundo y una desilusión, aquí aún está presente la esperanza de que el hombre tiene oportunidad de redención, o más bien sólo una segunda oportunidad para iniciar aquello que no lo deja ser feliz. T. S. Eliot, a pesar de todo su pesimismo, incluye un toque de esperanza, misma que llega a través de una búsqueda interior, del ideal, del regreso al pasado y del conocimiento. Con todo, estas ideas siguen siendo esperanzadoras.


Henry Miller es contemporáneo de Eliot y Pound con quienes comparte la idea del mundo decadente. Lo interesante de Miller es precisamente cómo ve la cuestión de la esperanza, pues mientras que sus contemporáneos y antecesores la buscan, Miller la repudia y dice que no la necesita, que probablemente es ésta la causa de una buena parte de la degradación del hombre.


Miller escribe Trópico de Cáncer en 1930, en él ofrece, como ya se pude imaginar, una perspectiva totalmente desoladora del mundo en general, Miller escribe desde París, a pesar de ser estadounidense; París es en la novela un lugar en el que sólo importa lo material, donde las relaciones humanas son causales y prácticas, donde nada es trascendente.


La estructura de Trópico de Cáncer ayuda a entender también el paisaje en el que se escribe. Miller decide usar la primera persona, porque en gran parte, el libro es autobiográfico; el autor admite que muchos de los personajes que aparecen son tomados casi completamente de su realidad y el Miller que escribe es el Miller que existe.


Una aportación importante dentro del uso de la primera persona y que va relacionado con la realidad y el entorno de desolación y desinterés radica en la forma de trasladar los diálogos. Pareciera que Miller escucha sólo en parte lo que sus amigos le cuentan y en esta misma forma de desinterés es como traspasa las conversaciones, como si ellos hablaran mucho y Miller sólo escuchara a ratos o en partes:


¿Qué haces tú todo el día? ¿No te aburres? ¿Cómo te las arreglas para echar un polvo? Oye... ¡ven aquí! No te vayas todavía... me siento sólo. ¿Sabes lo que te digo? Aquí no hay nada para mí (...) Son todos unos fracasados... por eso vienen aquí. Oye Joe, ¿nunca sientes nostalgia de tu tierra? Eres un tipo curioso... parece que te gusta este país. ¿Qué le ves?... Me gustaría que me lo dijeras. (...) Oye... sé que te estoy aburriendo mortalmente, pero tengo que hablar con alguien.

Los diálogos no se escuchan, hay una voz que habla pero da la idea de que no hay quien escuche. Henry se va alejando, no lo importa lo que le cuenten. Aparte de esto, en el mismo diálogo se deja ver la soledad que rodea al personaje y en realidad al libro en sí; en pocas líneas nos habló de la aburrición inevitable, de la nostalgia, de lo irremediable y horrible que es el París en que se encuentran. Todos los personajes son miserables, no tienen ningún objetivo real en la vida y muchos de ellos también se preguntan si acaso en otro lugar su situación estaría mejor, pero generalmente desisten de esa idea en poco tiempo.


El libro apela a la individualidad y la desesperanza; las personas no conviven realmente, los lazos de amistad son bastante dudosos, lo único que es importante aquí es el sexo, la diversión, el tener algo que comer al día siguiente. Pero todo es vulgar y casual, material, sólo existen las putas y los burdeles, sólo importa el dinero para pagarles y para mantenerse borracho la mayor parte del tiempo.


Y hay varias cosas que, dentro de las anécdotas que pasan en la novela, llevan a la conclusión original de Miller, en la que la esperanza es inútil, que ésta es el problema, pues ayuda a alimentar los sueños del ser humano.


Las relaciones entre la gente son causales, sin lazos fuertes. En el inicio de la novela, Miller habla de su amigo Boris: “Anoche Boris descubrió que tenía piojos. Tuve que afeitarle los sobacos y ni siquiera se le pasó el picor. (...) Puede que no hubiéramos llegado nunca a conocernos tan íntimamente Boris y yo, si no hubiese sido por los piojos.” Es decir, los piojos unen a la gente, y es por esa mera casualidad que surgió la amistad con Boris, quien de hecho sí lo acompaña hasta el final de la novela.


La gente está muerta, muerta en vida, todos iguales, si no muertos con el objetivo de morir pronto. Miller narra un pasaje de su amigo Moldorf y su esposa Fanny quien parece haber muerto: “Sus ojos tienen un brillo apagado de permanganato. Senos como lombardas; se mueven un poco, cuando se inclina hacia delante. Pero lo triste del caso es que se ha quedado sin jugo. Está sentada ahí como una batería descargada; tiene la cara desviada... necesita un poco de animación un chorro repentino de jugo que le vuelva a enfocar.” Fanny está en América y ahí, igual que en París, todo está igual de muerto, la realidad dolorosa de la muerte inevitable.


Miller en realidad contempla la idea de que el hombre es un ser para la muerte, aunque esto no tenga necesariamente una conexión con Heidegger; Miller ve la vida como una cosa accidental, efímera, un evento que sucede casualmente entre las arenas del tiempo eterno: “Habrá más calamidades, más muerte, más desesperación. (...) Debemos marcar el paso, en filas cerradas, hacia la prisión de la muerte. No hay escapatoria. El tiempo no va a cambiar.” Miller se asume como una entidad para la cual la única posibilidad es la muerte, pero sin olvidar que se llega a ella a través de la vida. Es quizá por esto que el autor se muestra pasivo y tranquilo frente a la existencia, que no le importa tanto la decadencia que lo retiene y por esto es que busca colocarse por encima de los que lo rodean al decir incluso que disfruta sus riñas y estupideces:


Las personas son como los piojos: se te meten bajo la piel y se entierran en ella. Te rascas y te rascas hasta hacerte sangre, pero no puedes despiojarte permanentemente. Dondequiera que voy las personas están echando a perder su vida. (...) infortunio, hastío, aflicción, suicidio. La atmósfera está saturada de desastre, frustración, futilidad. Rascarse y rascarse... hasta que no quede piel. No obstante, el efecto que me produce es estimulante. Pido a gritos cada vez más desastres, calamidades mayores, fracasos más rotundos. Quiero que el mundo entero se descentre, que todo el mundo se rasque hasta morir.


Miller se asume como un ser hasta cierto punto superior porque ha entendido la forma de vivir, porque sabe que la opción única es la muerte y antes que ésta, el disfrute de la vida. De aquí viene una reflexión dentro de su novela. Miller ve que la gente vive sus vidas con muchos conflictos, que siempre hay calamidades en ellas, y ve que uno de sus problemas es que tienen demasiadas ilusiones, que se preocupan demasiado por las cosas y no se dan cuenta de que la vida es breve, sencilla, material, funcional y desesperanzada también.


El dinero es para Miller, como todo lo demás, un objeto que proporciona placer momentáneo. Hacia el final del libro, Miller se encuentra en un lugar de París, y tiene el dinero de un amigo, se siente bien, sabiendo que el dinero le dará beneficios, que ofrece una ilusión, un sueño:


Es maravilloso tener dinero en el bolsillo durante media hora y tirarlo como un marinero borracho. Tienes la sensación de que el mundo es tuyo. Y lo mejor de todo es que no sabes qué hacer con él. Puedes arrellanarte y dejar que el taxímetro corra como loco, puedes dejar que el viento sople por entre los cabellos, puedes parar y tomar un trago, puedes dar una propina espléndida, y puedes fanfarronear como si fuera cosa de todos los días. Pero no puedes provocar una revolución. No puedes limpiarte toda la porquería de la tripa.

Así, el dinero le ofrece la ilusión de que el mundo le pertenece, ayuda a construir una idea fantástica pero en realidad no puede sacar al ser humano de la inmundicia y de su decadencia.


Quizá por eso es que el autor afirma que la felicidad la encuentra cuando se ha deshecho de todo lo que le pudiera importar, se despoja de la necesidad de tener cerca a su esposa, se arranca lo que le recuerda a ella, se desprende de sus sueños e ilusiones, desaparece la esperanza, sólo es feliz cuando no tiene ni quiere nada: “No tengo dinero, ni recursos ni esperanzas. Soy el hombre más feliz del mundo.”


De manera que Miller nos ha demostrado ampliamente lo que busca de la vida y cómo es que lo encuentra. Finalmente, la conclusión a la que llega Miller es que no se tiene que buscar un lugar fuera del mundo, como lo pensara Baudelaire, sino que el mundo presente es el único remedio, la vida ahí es la única forma de continuar. En Miller no hay posibilidad de nada mejor ni ahí ni fuera del mundo; la realidad es ésta, sin remedio, el presente constante y doloroso y no hay miras hacia otras cosas. Y es en esto en lo que se distingue Miller principalmente del resto de sus contemporáneos, no sólo los ya mencionados, pues a la lista se sumarían Fitzgerald o incluso Hemingway, quienes buscan la ilusión todavía.

El mundo para Miller es decadente y sabe que no hay vuelta de hoja ni modo de volver la vista a otros amaneceres. En la novela, algunos de sus amigos desean volver a América, también Miller se siente momentáneamente seducido por esa idea, pero todos saben que no lo pueden hacer, que no tiene sentido, porque América no les ofrece nada más que lo que tienen ahí en París o lo que tendrían en algún otro lugar. Este es el lugar, el mundo entero tiene la decadencia del hombre y no hay esperanza de buscar otra cosa.


El pensamiento de Miller resulta, aparte de muy interesante y real, bastante vigente, pues el mundo sigue en decadencia y de hecho podemos ver cómo todas las ciudades van cayendo, así como en la imagen de T. S. Eliot, el mundo no tiene remedio, ninguno en absoluto y lo que es importante es que Miller decide no negarlo sino asumirlo y encontrar la felicidad dentro de la decadencia, lo cual quizá en primera instancia parecería imposible, sin embargo con Miller queda demostrado que no lo es y que ciertamente su vida no es quizá el modelo de lo que todo hombre quisiera tener, pero al menos está feliz y quiere seguir siéndolo mientras la vida se lo permita y esta forma de vida, a pesar de la practicidad y la funcionalidad y lo vacío que pueda ser, admite la posibilidad de felicidad y de comprensión del mundo que es lo que en realidad se necesita.


Music on: Psycho Killer - Talking heads
Quote: La imitación ha prostituído hasta a los alfileres de corbata" Oliverio Girondo
Reading: Poesía - Oliverio Girondo

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