Dicen que las cartas también son literatura, no lo sé de cierto, lo supongo; y sin embargo, hoy estoy dispuesta a creerlo porque hoy debo ser capaz de amarte aquí y ahora sin los sueños, pero sí con las palabras justas para escribirte lo que no te puedo decir, lo que te odio y te amo y lo que soy contigo o lo que no soy sin ti.
Y si se puede, lo tomo… y te escribo desde el dolor más limpio y dulce, ese que ya no es sólo dolor sino una disciplina constante de la vida, un aborto de mil suspiros que despiertan a la razón. Te escribo porque tú eres el recuerdo que pesa más que la muerte y la vida juntas, el destino insondable que se pierde en el amanecer de mis huesos, porque por más que te niegue, te vuelvo a encontrar, una y otra vez, siempre.
No ahora ni antes, sino eternamente, es tu rostro el único que mi alma admira y busca en la vigilia y el sueño. No hay otro sino tú, ese otro que se impone a la verdad de mi vida, otro que es el poder que me hace regar mis esperanzas con mis ojos, otro que es dulce y falso y aún bello.
Es que todo eres tú y tú no lo sabes. Aquí hay un hueco, el hueco de tus pisadas hundidas en la alfombra y el vacío de mis heridas secas. Y yo me trasmuto en el hueco también porque tú eres mi esencia primera y última y no me puedo llenar de nada porque no estás más; perdí lo mío en tus brazos, en el tiempo que traspasó la distancia y que desvistió a los árboles tantas veces, perdí también tu beso prohibido en la dura página de hielo de tus ojos y en la escala maldita que tocó mi réquiem.
Es sólo un silencio, un vacío y la sombra de ti atada al delirio, a la enfermedad crónica que padezco cada minuto por tu forma etérea y tu nombre impronunciable.
Y yo que quería la eternidad, sé ahora que no tengo sino la falaz esperanza del encuentro plasmado en la urna que guardará mis cenizas. Habrá un muro y ahí grabados nuestros cuerpos y nuestros labios insaciables tan cerca de encontrarse en un beso, un beso congelado en el tiempo, eterno, imposible.
No sé si te acuerdes, yo sí, porque mi vida y mis manos se arrugan de sal con puros recuerdos. Y yo me acuerdo de todo lo que eres y éramos y seríamos, me acuerdo también del porvenir dichoso que no tendremos. Esa tarde afuera del café, el frío de mis manos congeladas ante tu abrazo perplejo, tu sombrilla negra que apenas nos cubría, la forma que éramos unidos bajo la lluvia.
Me pregunto a veces qué es lo que eres, de dónde escapaste o qué hiciste para robar mi cordura y destrozar mi razón, para lanzarme hacia todo lo que me afirma y me niega si tú no estás conmigo. Eres el amor puro, sí, la encarnación de aquello que llamamos vida, la concreción de las cinco letras del deseo y el respirar de la pasión y la entrega.
No importa lo que seas, sino lo que soy yo contigo, no importa que estos versos quieran limpiar el alma triste y que no lo logren. No importa tampoco que estas no sean mis últimas palabras. Yo necesito escribirte siempre aunque seas ausente e impersonal, lejano y frío, las palabras me recuerdan que eres y que soy.
Acuérdate: Tepotzotlán al atardecer y el hotel que no tenía sino una cama pequeña, los dulces del mercado y la lluvia bajo los árboles. Siempre la lluvia como cómplice del encuentro y un cuarto con sábanas blancas que enredara nuestras formas para que bebieras el cáliz de mi ombligo y yo tocara el marfil de tus piernas.
Y luego, de mañana yo sentada en algún lugar del centro esperando tus llegadas tardías. Escribiéndote más de mis dulces versos antes de verte llegar como un ángel bajado del cielo, tus ojos tristes, tu simpleza.
Eso y aún más recuerdos… El encuentro en el pasillo del claustro, tus manos tibias sudando el rocío que nunca más volvería a tocar así, o el aula que cerrara el momento casual y jamás se consumara la pasión por culpa del miedo.
Y después, un mundo de posibilidades y yo simplemente despierta, saber que todo se derrumba y que la condena me persigue porque siempre eres tú el que miro y el que busco, o el que me busca. ¿Cómo decirte todo esto? ¿Cómo hacer que existas de nuevo? Si la vida no es sino un conjunto de instantes almacenados en la memoria, dime, dulce vida, ¿qué hacer para detener el tiempo y congelar el beso realizado y no el recuerdo de lo imposible?
Siempre tú y tú, el mismo aparecido en otro cuerpo, con la consigna de la ilusión robada a mis ansias infinitas. Siempre tu rostro, tu sonrisa que encuentro en todos lados y que es perfecta y suave. Tu verdísimo amor que regresa y el dolor que nunca se va.
No quisiera seguir la confesión ante tus oídos sordos, no quisiera deshacer el encanto de lo que queda; más bien quisiera delirar siempre. Pero sé que he de alcanzarte en el mundo y en todos los hombres que a veces creo, son el mismo, todos tú, buscarte para pensar que soy yo la que encuentra y no tú el que busca oscuramente y me domina y me doblega.
Quizá cada uno sea diferente y pueda creer en milagros. Pero el milagro no me será otorgado nunca, y no alcanzo a comprender, no sé qué he hecho para condenarme así, pero lo peor, lo que más duele es que intuyo con la verdad pegada a mis poros, que todo error radica en mi culpa, en haberte querido amar demasiado.
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