Tienes tantas ganas de no dormirte, que te aferras a mirar la ventana vacía, Rosa, ¿me escuchas? Le decía el marido que se retorcía de dolor en el lecho cercano, que sudaba frío y no podía conciliar el sueño. Tienes tantas ganas de no regresar conmigo, pensó, en uno de esos pensamientos en que dudaba si había sólo pensado eso o lo había alcanzado a decir.
Así era desde hacía unos meses, por una razón que Joaquín no entendía, su esposa se levantaba siempre puntual a la medianoche a ver hacia la calle desierta; a veces parecía que lloraba con esos ojos grandes y oscuros que con ya no le funcionaban bien. Pero ella veía (o creía ver) y soñaba; en ocasiones hablaba al marido como si se dirigiera a otra persona o, más extraño aún, como si le hablara al hombre de hace treinta años, no al que yacía en el lecho con un dolor constante en la espalda y las piernas, no a ese, aunque fuera el mismo pero con más años.
Se habían casado treinta y cinco años atrás y el peso del tiempo caía irremediablemente sobre los dos. Toda su familia se había muerto, o mudado lejos y ellos se habían quedado con la compañía del otro, por mucho tiempo ya, un tiempo pesado y eterno, cada vez más triste, más doloroso.
Por qué no me contestas, Rosa, vente a dormir, ¿qué tanto miras afuera? Decía Joaquín cada que al despertar a causa de la fiebre o el dolor, la veía allá en la ventana, inmutable, muy despierta. Y Rosa callaba siempre. Joaquín le daba la espalda y cerraba los ojos, a veces tardaba en quedarse dormido, pero su esposa tardaba aún más en regresar a la cama y muy pocas veces sentía el momento de su regreso y su cuerpo helado que movía las cobijas.
Esa manía de mirar la ventana a la medianoche le había surgido a Rosa una mañana de junio cuando despertó agitada y llorando por haber soñado algo muy triste. Qué te pasa, le había preguntado Joaquín. Tuve un sueño terrible, nada más, ojalá pudiera dejar de soñar, porque mis sueños son una broma muy cruel, dijo con los ojos húmedos y la voz quebrada que esperaba una respuesta solidaria de su compañero en la cama. Pero Joaquín no prestó atención; sufres porque les pones mucho interés, le dijo, yo sueño cosas horribles todas las noches y no me levanto llorando, le replicó enojado y le dio la espalda. Los años de compañía, en lugar de acercarlos los había alejado abismalmente, tanto que más parecían un par de extraños de los que cada uno cuidaba sólo de sí mismo. Lo cierto era que no podían dejarse y que sólo secretamente sabían que sus vidas no tenían sentido sin el otro cerca, pero hacía años que estas cosas no se decían y el silencio había sido el cómplice de una convivencia pacífica y aparentemente desinteresada.
Ese mismo día, Rosa y Joaquín no hablaron más al respecto de los sueños ni de nada más. Rosa decidió que ya no quería dormir, así que esa noche se acostó a la hora habituada: las diez en punto, pero no quiso conciliar el sueño y después de dar vueltas en la cama, al dar las doce, se levantó, jaló en silencio la silla de madera en la que años atrás el marido se sentaba a leer el periódico y la llevó a la ventana. Miró la eternidad a través del cristal sucio, el vacío de la calle, el campo y el horizonte apenas iluminado por la ciudad cercana. Se perdió en sus adentros y extrañamente, antes de que se diera cuenta, empezó a soñar despierta, a pensar en cosas que no existían, a modificar su propia realidad y el mundo entero.
Joaquín dormía profundamente, esa noche los dolores que frecuentemente tenía se acentuaron y Rosa le había dado una dosis de calmantes mismos que lo hicieron dormir sin interrupción. Las noches siguientes, Joaquín se daba cuenta de que Rosa se levantaba y se negaba el sueño, aunque fuera por un rato. Rosa, detrás de la ventana, en el cuarto de los silencios, pensaba mucho hasta que decidió que quería programar sus sueños para que éstos no fueran una crueldad al despertar y así se imaginaba cosas lindas, no que el marido estuviera tullido para la eternidad en esa cama, no que sus hermanos hubieran muerto ni que ella, tan vieja como se sentía, no había tenido ningún hijo. Pensaba en la Rosa joven, la que era la más hermosa de sus hermanas, y en Joaquín, el emprendedor, el gallardo, el tierno, el de la cara perfecta. Y a veces pensando en eso sonreía. Soñaba despierta y siempre un rato a medianoche, sabía que con suerte lograría conciliar el sueño y soñar dormida lo que había ideado despierta. Así pasó Rosa algunas noches viendo en el vacío a través de la ventana las imágenes que le gustaba recrear y a veces también, pensaba en un futuro más agradable.
Sin embargo, luego de unas noches ilusoriamente perfectas en donde lo imaginado se continuaba en el sueño, la realidad también se convirtió en una broma cruel. Casi como le había pasado esa mañana de junio, Rosa despertó agitada pues estaba metida en un sueño maravilloso que había sido interrumpido por el sonido del teléfono que timbraba a lo lejos. Se sintió triste. Se dio cuenta de que en el sueño el marido era perfecto y en la realidad lo veía flaco, enfermizo, con esa gran cicatriz en la mejilla que le quedó después del accidente. Rosa empezó a llorar, Joaquín le preguntó qué le pasaba y al decirle ella que ahora le asustaba más la realidad que el sueño, el marido la regañó por ser tan tonta. Lo que necesitas es tener algo que te entretenga y te saque de la cabeza esas manías y obsesiones, le dijo mientras, desinteresado, le daba la espalda y se ponía a dormir otra vez. Rosa lloraba en silencio todos los días y tuvo terror a quedarse dormida de nuevo, regresaron las visitas a la ventana vacía a la media noche, hasta que de pronto, en un momento en que el marido roncaba ruidosamente y Rosa pensaba en cómo remediar su situación, encontró otra forma de salvarse. Pensó que la única forma de continuar con el sueño aún estando despierta era dejar que éste tomara el control de su vida, de modo que Rosa dejó que el sueño se trasladara a la realidad al punto en que ya no había diferencia consciente entre lo que era onírico y lo que no. Rosa se dejó llevar por la locura y el delirio y oscuramente decidía lo que quería que formara parte de la realidad. Entonces imaginó otro mundo, al marido aún guapo y fuerte, a su familia y a sus amigos.
Joaquín determinó que ese delirio pasaría con algo de tiempo, pero en el fondo sabía que Rosa estaba perdiendo la razón y lo que le más angustiaba no era eso sino el hecho de que al estar loca y delirante, se encontraba más feliz. Ya no había llantos nocturnos ni insomnios, ni visitas angustiosas a la ventana, ni agitaciones por las pesadillas. Rosa dormía tranquilamente y se levantaba de muy buen humor, fue entonces, en una de las últimas veces que la escuchó hablar mientras veía hacia fuera y la escuchó dirigiéndose al hombre que él ya no era, que Joaquín empezó a comprenderlo todo y empezó a escuchar atentamente a su esposa. Es que tú andas muy mal, Joaquín, vístete y levántate que mis hermanos vana venir a comer. Y Joaquín la miraba aún con incredulidad ante el delirio pero con ganas de dejarse llevar por él. Es que estás loca, le decía, y ella contestaba sonriendo que sí, que era la locura la que la tenía atrapado y que así estaba bien. Mira qué bonito el jardín afuera, Joaquín. Y Joaquín sabía que afuera todo era desierto y gris, pero miró la cara de su mujer y sin dudar le dijo: Sí, muy bonito, mira cuántas flores se ven por allá.
2 comentarios:
Es el cansancio de la vida, de no morir cuando lo deseas, lo que nos lleva a viajar a travès de una vntana, a crear los sueños que quieres, a pensar que todo està bien aunque no sea cierto y sòlo tù te lo creas. Hastìo, cansancio, pesadez, soledad y encima un enfermo que no para de gritar. Locura, bendita locura que nos permite fugarnos de este mundo cuando lo deseemos, bendita la locura que se mete por nuestros huesos y nuestra mente hasta apoderarse de nuestra vida toda. Muchas gracias por esta historia, sólo falta revisarlo nuevamente y corregir pequeños detalles que s te fueron por lo demàs, muchas grsacias y felicidades.
Ps no se que commentar ....
Pero la neta estuvo muy chida tu historia!!!!
GRAX
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