“¿Te acuerdas? Este amanecer dorado cuando llegaste conmigo, ¿no te acuerdas? ¿quieres que yo te lo recuerde? Curiosamente pude presenciar todo antes de que llegaras; no te esperaba, pero dime, ¿en verdad no te acuerdas? Yo te lo recordaré... ¿Recuerdas la noche estrellada cuando comenzaste con esto? Sé que te acordarás...
Hubo una suave brisa marina que llegó a tus ojos y encendió tus recuerdos. Lágrimas abundantes mojaron tus dos luceros al ver el espectáculo de la gente que pasaba con gracia riendo, hablando, fundiendo sus pasos en un compás armónico e improvisado, ¿recuerdas?
Cerraste la ventana, no querías seguir viendo a la gente que parecía ser tan feliz como tú no lo eras, apagaste la luz y te tendiste en tu cama viendo hacia el techo aún con los ojos mojados, desviaste un poco la cara y te encontraste con una de las hermosísimas y ahora utópicas fotos de tu ángel, ser de carne y hueso que se había convertido en tu vida y que te había dejado, que según tú, ya no te amaba; y te dolió aún más. Dejaste que tu alma se vaciara en el agua que no cesaba de escurrir hacia la almohada.
Apenas anochecía ¿recuerdas? Mas para ti el viento perfumado y las estrellas titilantes no traían sino imágenes malditas que tu mente no aniquilaba. Entonces cerraste los ojos y quisiste dormir, pero dormir tampoco significaba alivio; lo cierto era que te dolía el pasado y lo que éste le hacía a tu presente, ya no contemplabas el futuro ¿para qué? Todavía no eras capaz de desprenderte de tus sentimientos y eso no era malo, pues no tenías por qué deshacerte de lo que en esencia te pertenecía, pero estabas tan triste que sentías que tu tristeza te llenaba toda, que si acaso había espacio en ti era para más dolor, soledad y desesperanza. Llorabas por la misma causa, por el apego doloroso a tu ángel que te había lastimado, apego que tachabas como no correspondido, y te dolía, te volvía loca, ¿verdad?
Pensabas si acaso habría valido la pena y la respuesta era tan ambigua como el resto de tu vida, vaga, fría, inconclusa ahora sin ese amor. En esa pequeña habitación tan cerca de la playa las paredes se convirtieron en barrotes irrompibles, la soledad era tan amarga, tan trágica y tan insoportable, demasiado para ti.
Quisiste prender la luz, mirar hacia fuera para encontrar rostros nuevos que te hicieran olvidar tu tristeza, mas era un engaño pues sabías que tu ángel aparecería en cada faz, en cada risa, nada lograría alejarlo de tu mente, de tu corazón, de tu vida ¿ya te vas acordando? Y claro, te dolía mucho, te sigue doliendo.
Te metiste en las cobijas y trataste de ahogar tu llanto una vez más sin conseguirlo. Rogaste y esperaste que el alba retirara de tus ojos el rocío y removiera el carmesí de tus heridas. Mas no lograste dormir; cada risa, cada rayo de luz, cada palabra, cada parpadeo traían el recuerdo del amor que te había dejado y al que necesitabas tanto. La falacia del mundo te confundía. Creías amar pero el desencanto te hacía trizas, el rostro de la realidad era pavoroso y tus ojos sencillamente no soportaban la luz reveladora de la verdad tan desnuda.
Era verano, pero temblabas de frío, de angustia, de dolor. Y sabías que estabas viva y eso te molestaba tanto; la conciencia de la vida era tu sufrimiento más grande. Abrazabas tus piernas contra tu pecho, sentías el ritmo alocado de tu corazón y dentro de tu conciencia se gestaba el pensamiento más melancólico: querías morir.
Te preguntaste por qué estabas tan triste, por qué tu piel se helaba con cada respiro, por qué es que necesitabas ser amada para ser feliz. Silencio, el hórrido silencio de no poder encontrar tus respuestas. Estabas perdida y sabías que habías hallado muchas cosas, muchas verdades, pero no sabías qué hacer con ellas.
Te dormiste después de un par de horas de llanto y confusión, tus ojos estaban pegajosos y los sentías pequeños, ¿te acuerdas qué pasó después? Sí, seguro recuerdas haber despertado después de un brevísimo sueño. Maldijiste el café que habías tomado con abuso y aceptaste que quizá lo habías tomado por masoquismo pues sabes bien que no te deja dormir.
Abriste la ventana, pediste perdón a la luna, viste la calle desierta y las luces apagadas en casi todos lados. Ya no llorabas, tus ojos se habían secado y eso era más doloroso pues considerabas que era una tragedia no tener más lágrimas que derramar. Más tristeza ante la desgracia de no poder humedecer tus ojos.
¿Te acuerdas? Eras valiente para muchas cosas, sin embargo no pudiste con el desencanto ni con la realidad, confundiste el amor con tu necesidad de tener a tu ángel contigo y no entendiste que jamás fue de tu propiedad. Quisiste despertar al sueño de la razón y tomaste tu vida en tus manos convencida de que te pertenecía ¿te acuerdas?
Un grito suave y tranquilizador escapó de tus labios, un río escarlata con olor a acero recorrió tu pecho, tu vientre, tus piernas. Tu conciencia abandonó tu materialidad. ¿te acuerdas? El sol comenzó a alumbrar tu cuerpo inerte, parecía que el alba sí había podido acabar con tus problemas.
¿Te preguntas por qué no te acuerdas? Los que llegan como tú has llegado se olvidan de lo que han hecho, pero yo se los recuerdo. Aunque, creo que tú sí lo recuerdas, que lo estás recordando ahora mismo. No tengo un plan perfecto, sin embargo sé muchas cosas y sé que te acuerdas y que entiendes. ¿Escuchas? Puedes escuchar; tu ángel está llamando a tu puerta, regresó a decirte que te ama, que sabe que te ha hecho llorar, busca otra oportunidad para amarte. ¿Lo escuchas? No, ya no estás ahí para escuchar sus palabras ¿Ahora sí te acuerdas? ¿Verdad? Así es, el arrepentimiento hace que se acuerden.”
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