“Toda mi lucha fraudulenta procedía de
no querer asumir la promesa que
se cumple: yo no quería la realidad.”
Clarice Lispector.
En medio de una noche tan pura y tan eternamente triste escribo unas líneas para mi amado, mi único y el único, para decirle, entre otros detalles, que el amor no es más fuerte ni más fundamental que todo lo que hay en la vida, pero que, sin embargo, es lo más importante para mí.
Siento que mi piel se eriza a cada palabra que escribo y entiendo que cada trazo me acerca más al descubrimiento de la realidad, una realidad que extrañamente conozco pero que no quiero y por lo tanto, a la búsqueda de una alternativa, de otra verdad.
Termino de escribir y lo tengo enfrente, me mira con la indiferencia que ya muy bien conozco, bebe plácidamente el té que le acabo de hacer, me pregunta qué escribo, quizá sólo por cortesía o tal vez por verdadero interés, ¿cómo saberlo? Lo amo pero ya he dejado de conocerlo. Se termina su té, hasta la última gota, me dice que está mareado, yo sonrío levemente sin creerle del todo y me acerco. Quiero que lea lo que he escrito.
Él ha llegado a la mitad de mis palabras y ya veo una leve inquietud, él nunca se agita ni se toma las cosas en serio, tal vez porque no cree lo que lee, quizá lo cree todo y sólo aparente lo contrario, como siempre. Me mira y parece confuso, yo sonrío de nuevo. Él termina el texto, trata de levantarse pero no lo logra, casi cae y parece que llora, ¿será cierto? ¿o sólo mi propia exaltación es la que me hace ver lágrimas en sus ojos hermosos? Él se desploma con mi texto en las manos. Ha terminado.
¿Qué decían mis palabras? ¿Acaso ellas lo pusieron así? En parte, sólo en parte.
Querido mío...
Yo no sé por qué te amo tanto. Y este amor para nada se compara con lo que tú dices sentir por mí. Tus palabras no son suficientes si sólo eres capaz de decírmelas a mí. Me es difícil creer tus “te amos” cuando sé que no me son exclusivos y que no los puedes decir abiertamente. Y no importa nada, ¿cierto? Porque tú eres el hombre más feliz del mundo, que no te afecta nada de lo que pase a tu alrededor...
Me gusta imaginar a veces, que estás muerto, para percibir que la muerte es lo que me separa de ti y no tu falta de voluntad para verme. Quisiera matarte y verás que pronto lo haré, lo haré para no llorar más porque no quieres estar aquí.
Si vieras ahora cómo llora mi alma porque a veces me amas y a veces me odias, me aborreces, no me quieres ver ni saber nada de mí. Y yo ciertamente te amo y nadie en el mundo te amará como te amo aquí y ahora y por el resto de mi vida. Yo sé que las palabras se las lleva el viento pero quiero perdurar en ti y eso parece ser tan difícil.
Yo sé también que la vida no está hecha para que uno espere algo de ella, tampoco de una persona. Sin embargo, la misma humanidad nos orilla a esperar cosas, estupideces a veces y uno por lo general no se da cuenta de lo que quiere recibir e inconscientemente lo espera. Tal vez tú no, porque tú no te preocupas por nada ni por nadie, porque eres diferente a todo lo que existe, pero yo no y sé que siempre esperaré cosas de ti, quizá por mi humanidad, tal vez por mi estupidez; y que sólo matándote podré dejar de esperar algo porque sólo así no estarás para que te mire, cierto, pero tampoco para que me lastimes. Y te amaré sin esperar que me ames pues de ningún modo será posible y tal vez así pueda ser feliz.
Así que ya me cansé. Por eso la idea de matarte es ya una realidad; ahora te mato, por eso y porque te amo y no puedo tenerte para mí. Te mato porque no puedo vivir contigo cerca y porque al final, soy más egoísta que tú y prefiero tu muerte a la mía, porque la vida tiene más oportunidades para mí, porque yo las merezco y merezco algo mejor, porque esta es la única salida.
Sólo así ya no dirás “te amos” vacíos y no habrá nadie que los escuche y que con ellos caiga rendida a tus pies...
Yo salgo de la habitación y hay una brisa nocturna que me resulta suave y fría, en mi rostro se dibuja una sonrisa.
1 comentario:
Si tuviera una oportunidad para hacerlo lo haría, lo mataría antes que saberlo aún de otra, lo mataría para no escuchar su voz y caer rendida, para no mirar su sonrisa y dejarme guiar por ella, para no sentir sus labios y creerles todo, para no sentir sus manos y dejar que me haga suya, lo mataría para llorar por un recuerdo no por una verdad que sé real pero que él se empeña en ocultar...
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