martes, 20 de febrero de 2007

La Dulce Muerte

Salieron de la casa con la luz de la mañana, era una de esos amaneceres despejados, con las nubes que hacen círculos deformes en el cielo, y donde poco a poco se van infiltrando las tonalidades rosas y naranjas. Hacía un viento frío.

En la calle no hay nadie, todos tienen miedo. Saldrán tal vez, un rato, cuando la luz deje de ser amarilla y la oscuridad haya cristalizado los suelos una vez más, pero regresarán de inmediato a sus casas si llueve, porque la lluvia es mortal aquí.

Ha llegado el Apocalipsis, pero éste no ha llegado con plagas de langostas o con heladas, llegó cuando un día el agua que llovió era más densa y extrañamente dulce. Luego siguió lloviendo ininterrumpidamente, y cada vez el agua era más espesa, más dulce y naranja. Caramelo, eso era, llovía una especie de caramelo que pronto cubrió todo el pueblo en escarcha dorada y café. Todo se echó a perder, murió; por dos días enteros llovió mucho y siempre caramelo.

Parecía un sueño, un pueblo tapizado de dulce que con el sol se derretía un poco y todo lo dejaba pegajoso, lo mataba.

No había qué comer, y salir era arriesgado; pero ahora, a pesar del peligro, justo al amanecer dos almas errantes se aventuraban a salir. Eran dos amantes entregados a sí mismos y a la promesa de la muerte conjunta. Sí, era un suicidio. Sabían que no faltaría mucho para que el cielo se nublara otra vez y más caramelo lloviera, eso querían, cubrirse del rocío dulce que les taparía la nariz y los ahogaría lentamente.

Después de dos horas de contemplar el amanecer, espectáculo hermoso que les atraía a pesar de que se convertiría en su muerte, el cielo se oscureció y gotas doradas cayeron de él, al principio escasas pero paulatinamente más gruesas y más y más. Los amantes se cubrieron de dulce y se abrazaron, se besaron hasta que el aire ya no los dejaba respirar y así murieron, como lo planearon, en el lecho de un amanecer bello y letalmente dulce. Escarchados, inmóviles, sus cuerpos esperaron el fin de la lluvia y el frío eventualmente cristalizó sus cuerpos, que se quedaron abrazados en el sueño de la muerte.

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