Salieron de la casa con la luz de la mañana, era una de esos amaneceres despejados, con las nubes que hacen círculos deformes en el cielo, y donde poco a poco se van infiltrando las tonalidades rosas y naranjas. Hacía un viento frío.
En la calle no hay nadie, todos tienen miedo. Saldrán tal vez, un rato, cuando la luz deje de ser amarilla y la oscuridad haya cristalizado los suelos una vez más, pero regresarán de inmediato a sus casas si llueve, porque la lluvia es mortal aquí.
Ha llegado el Apocalipsis, pero éste no ha llegado con plagas de langostas o con heladas, llegó cuando un día el agua que llovió era más densa y extrañamente dulce. Luego siguió lloviendo ininterrumpidamente, y cada vez el agua era más espesa, más dulce y naranja. Caramelo, eso era, llovía una especie de caramelo que pronto cubrió todo el pueblo en escarcha dorada y café. Todo se echó a perder, murió; por dos días enteros llovió mucho y siempre caramelo.
Parecía un sueño, un pueblo tapizado de dulce que con el sol se derretía un poco y todo lo dejaba pegajoso, lo mataba.
No había qué comer, y salir era arriesgado; pero ahora, a pesar del peligro, justo al amanecer dos almas errantes se aventuraban a salir. Eran dos amantes entregados a sí mismos y a la promesa de la muerte conjunta. Sí, era un suicidio. Sabían que no faltaría mucho para que el cielo se nublara otra vez y más caramelo lloviera, eso querían, cubrirse del rocío dulce que les taparía la nariz y los ahogaría lentamente.
Después de dos horas de contemplar el amanecer, espectáculo hermoso que les atraía a pesar de que se convertiría en su muerte, el cielo se oscureció y gotas doradas cayeron de él, al principio escasas pero paulatinamente más gruesas y más y más. Los amantes se cubrieron de dulce y se abrazaron, se besaron hasta que el aire ya no los dejaba respirar y así murieron, como lo planearon, en el lecho de un amanecer bello y letalmente dulce. Escarchados, inmóviles, sus cuerpos esperaron el fin de la lluvia y el frío eventualmente cristalizó sus cuerpos, que se quedaron abrazados en el sueño de la muerte.
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