lunes, 8 de noviembre de 2021

El comienzo

Un día, por ahí de 2017 mandé un poema a un concurso. Y ganó. Es curioso porque este poema lo estuve trabajando en un taller y me dijeron que era muy largo, que no se entendía bien, y medio me desanimé, pero decidí no hacer caso y hacerlo más largo y más críptico. Siempre hay ojos que opinan distinto, afortunadamente. Lo pongo aquí porque se publicó en un librito que no sé si se consiga, la verdad, y pues es un poema que me gusta.




El comienzo


Cayó el invierno sobre tus párpados y el cielo se pasmó de rojo.
Tardé el llanto en limpiar la sangre que no era tu sangre,
el cansancio marchitó los ímpetus
y volcó su savia en los dedos de la plaga.
 
    Querido:
    Voy a contarte ahora la historia del comienzo.
 
Desde la espuma de lo perdido,
una última oración quiso quebrar la sincronía del tiempo.
Los días pasaron en silencio,
cuidaban palabras que, como las piedras, resistían los embates del
vacío.
 
Dormí gritando sentencias que nunca habrían de conocer el aire
y desperté en un lecho desconocido
que se iluminaba penosamente con la calma del amanecer.
Tenía los ojos dirigidos al norte.
—Al norte, hubieras aprendido a decir, al norte.
Porque aunque todavía no lo sabías,
hacia allá alumbraba la estrella de tu nombre.
Decidí llamarte Arturo, no por el rey glorioso, sino por el astro,
porque la memoria de mis padres apuntaban a noches largas de mirar
estrellas,
a jornadas limpias de avistar centelleos y aprender constelaciones.
 
Al norte, habrías dicho, ya en tus primeros años
y en tu palabra comenzaría el aprendizaje
y el observar los astros como legado.
 
Cuántas veces quise mostrar el cielo a tus brazos tiernos,
enseñar las letras a tus labios y las nubes a tu frente.
Y quise también ser el regazo que sofocara la tristeza;
pero fui sólo la mano que juntó la tierra para tu apresurado descanso.
 
    Querido:
    Mienten los que dicen saber lo que se siente.
 
No es sólo el deseo por revertir lo hecho,
es el silencio helado entre la carne y el escalofrío que surca
incluso las lágrimas;
no es el tiempo que ha faltado ni el error desconocido,
es esa suerte de hueco que me dice que de algo sirve el lamento,
esa urgencia de decirte todo, aunque no lo haya comprendido,
el deseo de enunciar con cuidado cada letra
para construir una verdad que me haga menos insatisfecha,
es esa gotera roja que no acaba de arder en mi vientre
y que busca echar raíces
pero no puede.
 
Apenas te supe tuve un sueño:
una voz me cantaba que tendrías unos ojos grises que se irían
haciendo oscuros con el tiempo.
Poco después el vaivén de tu pequeño cuerpo empezó a hacerse lento.
Y cuando dejé de saberte entendí que el sueño era un anuncio,
oráculo de verdades temibles:
el negro de tus ojos era la hoz que extendía la oscuridad
hacia adentro.
 
   Querido:
   El refugio se secó y sólo tú supiste que la noche sería
   la única linterna.
 
Yo llenaba el cántaro encerrando un tiempo,
cantaba a la nada esperando un eco de regreso.
Dolía la espera,
de mirarla tanto le hallé el cuerpo:
un anfibio deforme con múltiples lenguas y hedor a incienso rancio:
tenía pestañas poderosas como fauces que rompían las sábanas,
gritos burbujeantes de estertores flotaban de su mandíbula
y siluetas deformes se agazapaban en los pliegues de su propia baba.
 
Como una niebla ingrávida,
mis cobardes palabras flotaban fracturadas.
 
   Querido:
   Comencé a hablarte porque no sabía.
 
Di las lecciones que no podía esperar hasta mirarte,
pensaba en el futuro ignorando que tus respiros de bruma
volvían el aliento al fondo,
a la cueva vedada a los pedazos de mi boca.
 
Entre la ciega angustia de la ignorancia,
el tacto pulverizó los atajos
cual vuelo impostergable de pájaros furiosos.
Mi mano comenzó a temblar deshecha en la profundidad de la madrugada.
Piel adentro la quietud reinaba,
la semilla marchitada se dolía de desesperanza.
 
Entonces las preguntas empezaron a llover de la estancia y,
como hormigas ponzoñosas,
cada una caminaba hasta las raíces de mis huesos:
qué sendero andar para dar fin a lo que nunca tuvo inicio,
qué poner en tu piel recién bañada,
cómo arreglarte el ceño si aún no te conocía,
qué atuendo vestiría la noche,
con qué alhajas de adiós se adornaría.
 
La duda estaba instalada con un zumbido de ponzoña,
con olor a vinagre y sal envejecida.
 
   Querido:
   Tu cabello apenas crecido cascabeleaba despacio al ritmo  
   de la angustia.
 
Que nadie sepa de las sombras, me dije.
Que nadie note que no puedo deletrear esa verdad
amagada entre mis pestañas entumecidas.
Que nadie hable de esta certeza helada que marca el sendero
del desierto.
 
Quise contarte que esto no fue así todo el tiempo.
La realidad no nos derrumbaba y se podía dormir en calma;
pero la presencia constante de la verdad derrotaba mis intentos,
y ahora sólo tenía entre la carne
un anhelo agujerado con la constancia abatida,
y esperaba cuervos que llegarían hambrientos, volando impetuosos
con sus plumas de hierro,
a deshacer la sábana con que tapaba mis intentos.
 
   Querido:
   He cuidado de ti mirando el reino de los insectos.
 
Te hablo y te imagino con la devoción que enciende la ignorancia.
—Mira a la distancia, te digo,
un rayo de sol asoma y pinta las montañas de rosa.
Mira los árboles, las estrellas, el mundo entero, te digo.
Pero las cosas las miro sola
y las imagino a través de tus ojos desconocidos,
tus ojos:
la negrura y el presagio que no supe entender en tus ojos.
 
Estoy atrapada en un tiempo que no comprendo,
y tengo nada más diez uñas que no alcanzan,
diez uñas quebradas que no pueden salvarte del encierro.
 
   Querido:
   No dejé de alimentar lo que creía eran tus latidos.
 
Mis venas irrigaban sangre viva a las cavernas del gélido silencio,
hasta que un escalofrío despertó mi conciencia errada
y el grito de todos los muertos retumbó en la calidez de mis empeños.
 
   Querido:
   Quiero convencerte de que esto es sólo la puerta del comienzo.
 
Esta tierra no es la desembocadura de los esfuerzos arrojados al vacío,
no es ésta una cárcel sino una puerta a amaneceres que yo no
pude regalarte.
 
—Ya no temas, te digo,
hoy es el último intento.
He contado trescientos sesenta y cinco días y aún más
porque ignoro el momento exacto,
la noche me engaña, el hormigueo nunca fue el mismo.
 
He cumplido tu primer año, querido, porque es el tiempo
que dura cualquier ciclo.
 
Escucha una última vez
cómo mis manos escapan de los frescos bordes de la tierra:
hoy la mezcla de barro y agua
llegará a protegerte más de lo que yo he logrado.
 
Pronto vendrá la hora de remover el luto,
espera,
hay rituales que deben continuarse hasta que la memoria
les permita la consagración;
yo te enseñaré,
con la alegría del primer descubrimiento,
qué significado guarda el pasar de los astros
y te seguiré hablando hasta que mi voz se acabe
o lleguen las lágrimas a florecer el campo.
 
Ya no hay nada que te ate a mis inútiles deseos,
pronto habrá tiempo para perdonar los recuerdos,
para cambiar las flores de esta vida por un sueño.
 
Erigiré un palacio, donde el silencio sea palabra
y la oscuridad incendio,
aquí, en las fuentes de plata que salvan el cauce de los naufragios
y encienden los precipicios hasta la llegada del alba.
 
Llegará un último granizo para cortar la oscuridad tiránica
y fracturar las rejas que alimentan la humedad de las tinieblas.
 
Quiero creer que el futuro no te hará desaparecer por completo,
que entre la niebla suave del silencio encontrará tu voz su camino
y que los mismos astros que me enseñaron a hablarte
llevarán entre tu mano la llave de un mejor camino.
 
El monstruo de la espera recuperará la forma primigenia
de las buenas nuevas;
y mis uñas, maceradas de intentos,
habrán de retirarse de su guardia de nostalgia y sufrimiento.
 
   Querido:
   tus cuencas informes ya no serán presagios,
   nacerá una última luz para atravesar la tierra,
   con pasos inaudibles
   marcará la pauta del comienzo.


***

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Music on: A sky full of stars - Coldplay
Quote: "La mente es como un trineo inmundo que nos arrastra por malos caminos dejando huellas para que nos atrapen." Ariana Harwicz
Reading: Los pequeños macabros - Yesenia Cabrera

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