"No se ilusione: Amar es dirigir, en medio de un
campo de batalla,
un coro dulce que canta a la derrota." Alejandro Páez Varela.
A punta de observación, y de regresar a leer a
mis poetas preferidos, los que hablan del amor y no lo ensalzan hacia la
eternidad, pude anclar de nuevo los pies a la tierra. Y es que me encanta
volar. Olvido los errores y suelo hacer de cuenta que después de una palabra
linda habrá una eternidad. Y lloro todavía porque la realidad es real, porque
no se puede rescatar amor en una fotografía tomada hace meses o en una palabra dicha hace todavía más.
Es la misma historia. Mi problema es que tengo
una muy caprichosa memoria selectiva. Pero afortunadamente llega un punto, raro
y difícil de encapsular, en el que uno puede verlo todo desde otra perspectiva.
Ya estoy cansada de los mismos altibajos de
siempre, de sentirme alegre y hasta arriba de la montaña rusa para
inmediatamente después llorar por una carencia estúpida que me desmorona hasta
niveles inverosímiles. A veces sólo quisiera que las mentiras fueran ciertas,
quisiera tener una bonita relación de pareja, estable, única, entregada,
eterna; pero esas cosas no existen. En mi experiencia, la gente
anhela cosas que no existen porque cree que las ha visto en otro lado, porque
hay quienes lo aparentan a la perfección: parejitas que han estado juntas por
años y que según indica la cosa, nunca han tenido ninguna dificultad. No soy tan idiota, sé que no es cierto, pero la apariencia y el bendito mundo del
simulacro es a veces mucho más grande que la realidad. Y yo me compro lo que
sea, de manera impulsiva en varias ocasiones. Entonces vuelo y quiero todo eso, la cursilería que con el tiempo se
convierte en más cursilería, las palabras que creo siguen trascendiendo a
través del tiempo. O yo qué sé… las tonterías se manifiestan de muchas formas.
Pero a veces también logro ser realista. Me hago
declaraciones categóricas como que: “todas las cosas hermosas que hace sentir
el amor son tan efímeras que no valen la pena frente a las cosas terribles y
dolorosas que el desamor desata”; y entonces me convenzo a punta de muchísima
voluntad de que el amor de pareja (lo que sea que eso signifique) no es, viendo el panorama completo, algo
tan emocionante ni tan indispensable ni tan lindo. Me repito a mí misma, como
un mantra, que el amor es a mí lo que cualquier droga es para un drogadicto en
recuperación, una sustancia que hace sentir bien a ratos pero que al final destruye.
Me repito entonces que lo bueno que le pueda hallar al amor nunca es más que
lo malo y que dado que soy una romántica irremediable, una compradora
compulsiva de ilusiones, mejor me saldrá alejarme de él, así como buen drogadicto
en terapia al que le dicen que debe alejarse de las sustancias para que pueda
conservar su vida.
Y es bien difícil. Pero tengo varios mantras
guardados en forma de poemas que escribe la gente que sí sabe escribir, sobre haber sido destrozada por la consecuencia. Tales cosas
me funcionan como el ejercicio espiritual de San Ignacio de Loyola, es decir, imaginarse
en el infierno, recurrir a la consecuencia maligna y desgraciada con el objeto
de permanecer en el lado del bien.
Y siempre es bueno preguntarse: ¿Quién va a
querer estar sufriendo gratis? ¿Por qué habría yo de necesitar legitimarme a
través de una persona? ¿Por qué tendría yo que reconstruir mi vida después de
que el amor, sea mucho o poco, se acabe y todas las cosas ligadas a ese amor,
cosas que existían antes de él, ahora me duelan por la consecuencia?
No, basta de todo eso. Voy a dedicarme a mí.
Regaré mis plantas y conservaré lindo mi jardín (metáfora, claro) en lugar de
esperar que otros me regalen las flores. Iré a hacer cosas yo sola, sin
ligarles elementos exteriores más importantes que yo misma. Tomaré lo mejor de
la gente que me rodea, de la que aún puedo aprender cosas, disfrutar, pasarla bien, pero sin dejar de
ser yo. Porque es una verdad universal que cuando uno ama se entrega, va dando
y dando, con la creencia falsa de que mientras da también gana, sin darse
cuenta de que pierde; uno cede cosas mínimas al principio, hasta que después de un tiempo considerable ve cómo ya ha empeñado sus noches, sus fines de semana, sus lugares
especiales, sus actividades, sus cosas, sus pensamientos, etc.
Así es como es. Y no hay que culpar a nadie,
creo que ni siquiera me debo culpar a mí misma. Agradezco haberme dado cuenta,
agradezco mucho a la persona más desagradable e inteligente que conozco, el
haberme enseñado (sin querer, a base del ejemplo), cómo no deben de hacerse las cosas, cómo no debe
uno tirarse a la vereda a sufrir y quebrarse el seso por estas cosas raras.
Agradezco que indirectamente me haya demostrado cómo es esto, para que yo lo
viera después con más claridad. Y como Borges, una vez más, le huyo al amor,
por miedo a que me destroce (y no me avergüenza el miedo, que es, como dijera Hobbes, la única pasión de la vida). Ahora sólo ruego ser lo suficientemente fuerte como
para no ceder otra vez ante los encantos que aparenta, ante las palabras
hermosas sobre las cuales dan ganas de erigir monumentos, ante los mensajes o
las llamadas que parecen haberse hecho para sostener el mundo entero, ante
tantas y tantas cosas más.
Y seguir.
Music on: Brahms - Symphony 3
Quote: "El amor es un tabique en la iglesia de los perdidos" A. Páez Varela
Reading: El placer del texto - Roland Barthes