domingo, 17 de julio de 2011

El impostor

Hace unos minutos me dejaron salir. Estaba en una estación de policía en la ciudad de Nueva York; le he dicho al hombre que me vino a interrogar lo que ha pasado, casi la verdad: que estaba en Central Park y que de pronto, alguien me golpeó en la cabeza y perdí de inmediato el conocimiento, que no recuerdo más. Fui robado, dije no haber visto a mis asaltantes. Es mejor así. Me creyó y una vez aclarado que yo no era un vagabundo, me dejó ir. En el vestíbulo de la oficina escuché las noticias transmitidas en vivo por CNN. La voz chillona de la mujer hablaba de la suplantación de Paul McCartney por un muy bien entrenado imitador, también dijo que por fin, después de treinta años de rumores al respecto, una llamada anónima hecha al canal proporcionó evidencia contundente frente al caso.

Mi padre me lo dijo desde hacía años, él aseguraba haber encontrado una carta escrita de la mano de William Campbell, donde explicaba cómo suplantó a Paul McCartney. Encontró la misiva por casualidad en lo que era la antigua casa de los padres de Brian Epstein, en Liverpool escondida debajo de las tejas de la duela que revestían los cuartos superiores. Esto ocurrió mientras trabajaba como ayudante de mudanzas en algún momento de los años 70’s; Epstein había muerto a causa de sobredosis en agosto del 67, y aparentemente, nadie sino él tenía conocimiento de la carta en cuestión.

La carta estuvo en su poder mucho tiempo, sin que nadie supiera de su existencia. Hace varios años, en su último viaje a Estados Unidos, e influenciado por películas y libros de detectives, decidió ir a esconder la carta a Central Park, bajo un abeto ubicado en la sección recientemente bautizada como “Strawberry Fields” de dicho parque. Su actuar respondía quizá a un raro sentido de la heroicidad, un intento por perpetrar un misterio a ojos de los beatlemaniacos, con guiños y sutiles sugerencias, tal como lo han hecho las múltiples historias sobre la suplantación de McCartney

Mi padre murió hace dos semanas de un ataque al corazón; la veracidad de la historia McCartney-Campbell siempre me pareció dudosa, pues mi padre, desde hacía tiempo, había perdido parte del sentido de la realidad debido al Alzheimer que lo atacó desde que era —relativamente— joven.

La verdad, según mi padre, es esta: En la mañana del 9 de noviembre de 1966, Paul McCartney, sufrió un trágico accidente de auto al colisionar a gran velocidad contra un poste y murió al instante. William Campbell, un oficial de policía, en ese mismo año, ganó un concurso denominado “El doble de Paul.” Para entonces, en todo Liverpool la figura de The Beatles conmocionaba a la población entera y su popularidad se extendía más allá de los horizontes que los miembros de la banda hubieran llegado a considerar. Brian Epstein, quien fuera representante del cuarteto para ese momento, anunció que la agrupación cancelaría todas sus apariciones en público en los meses siguientes. En cuanto al concurso, jamás se anunció que había habido un ganador. A Campbell se le entrenó para que imitara los movimientos y ademanes de McCartney, incluso se le ayudó con la voz y el uso del bajo. El resto del grupo, convencido por Epstein, aceptó a Campbell y continuó con su vida glamorosa de artistas. La ilusión era, sin duda, bastante convincente.

Campbell, como parte de este nuevo proyecto de vida, tenía que renunciar a su existencia previa, condición que aceptó, no sin antes redactar una carta para su madre en la que le explicaba la situación y la envió. Sin embargo, ésta fue interceptada por Epstein, quien una vez que la tuvo en su poder la escondió en su casa en Liverpool, en el lugar donde mi padre la encontrara años después.

El entusiasmo por el asunto McCartney-Campbell creció y hace unos días fui enviado a Nueva York, pues en el trabajo necesitaban a alguien que fuera a dar capacitación a un grupo de hispano-hablantes que entraría a laborar a la filial de la empresa. El asunto laboral se resolvió sin problemas y el hotel en el que me hospedaba no se localizaba lejos de Central Park. Con varias horas libres antes del regreso a México fui a un bar y tomé algunas cervezas, estaba tratando de sacarme de la cabeza los sueños de la noche anterior donde aparecía alegremente McCartney, mi padre y la misteriosa cara de Campbell escondida siempre entre sombras. Finalmente sucumbí a la curiosidad y a la locura; salí del bar para dar un especial paseo por el ya famoso “Strawberry Fields”.

En el parque había un grupo de trabajadores que descansaban de su jornada y traían consigo herramientas; me acerqué a ellos para que me prestaran una pala. La suerte estuvo de mi lado en ese momento pues, al contarles lo que estaba buscando, dos de ellos se mostraron especialmente alegres por mi misión y sin dudar me prestaron palas y demás instrumentos para buscar.

Pensé tan sólo por unos momentos que lo que me proponía a hacer era una total locura, sin embargo el pensamiento pasó de largo y fue sustituido por la enorme curiosidad, la expectativa, incluso la ilusión que, si bien absurdas dadas las pocas bases reales del argumento que me tenía ahí, aún conseguía intrigarme hasta límites insospechados. Cavé alrededor el abeto y debajo de éste, en algunas partes llegué a mayor profundidad; caía poco a poco la noche, los trabajadores se estaban retirando y el parque se encontraba casi vacío. De pronto escuché que la pala chocaba con una especie de baúl de madera. Era una caja pequeña, del tamaño de un libro; justo antes de que mi mano la tomara recuerdo haber sentido un fuerte golpe en la nuca y luego, haber despertado con el oficial de policía a mi lado, quien me llevó a interrogación. Me habían robado todo lo que traía conmigo.

En la estación de policía pensaban multarme por estar cavando en el parque pero sin haber testigos de tal hecho, no procedieron, incluso pensaron que yo era un vagabundo. Antes de dejarme salir, el oficial mencionó no haber encontrado nada en el lugar donde me habían encontrado, ¬—nada de cajas ni de palas— sino mi cuerpo aturdido.

Mi ingenuidad fue sobrepasada por mi estupidez; los trabajadores robaron la caja y en este instante se han encargado de hacerla pública. Acaso, si son inteligentes, tratarán de contactar a McCartney para chantajearlo y obtener una muy buena ganancia con la información tan preciada que en el delirio de Alzheimer me había contado mi padre. Quizá todos nos enteremos después. Estoy seguro que yo hubiera hecho algo de ese tipo de haber tomado la caja con antelación. Sé, sin embargo, que en este instante no tengo ánimo alguno por esclarecer el secreto con la información que poseo y que lo único en que quiero poner mi mente es en regresar a casa y olvidar todo esto.



Music on: Know you now -  Amy Winehouse
Quote: "Las religiones de debilitan cuando sus infiernos no superan los padecimientos mortales" J.M. Servín.
Reading: Kafka en la orilla - Haruki Murakami

1 comentario:

Angel Pastrana dijo...

Este no es nuevo, pero no deja de ser bueno...