El amor no acaba ni siquiera en un choque de trenes. Pero un
no, es un no. Y listo.
Decir adiós es complicado. Quisiéramos que fuera sin dolor. Pero decir adiós es
exitoso si se dice a tiempo y, confieso, es excitante si hubo amor.
Alejandro Páez Varela
Nunca he aprendido a despedirme. Corrijo: no había aprendido
a despedirme. Creo, intuyo, que esta vez sí lo he logrado. Y me ha
costado mucho trabajo entenderlo, realizarlo. Pero ha sido una cosa más de esas que son
inamovibles y que uno debe ir aceptando. Siempre tenemos que
terminar acostumbrándonos a esto y a lo otro, porque son cosas o hechos que nunca
dependen de uno mismo, sin importar qué tan buenos hayamos sido, qué tan
dedicados o qué tan sinceros, o si lo hemos hecho bien o mal. La certeza irrefutable es esta: la finitud.
Y si no había aprendido a despedirme era por la esperanza,
diuturna enfermedad de la esperanza, como la llamó Sor Juana, en que existía
algo como la eternidad. Abra los ojos, salga de la burbuja del placebo, tal
cosa no existe, me repito como mantra sanador.
Antes había logrado efectuar despedidas, pero nada más a medias,
diciendo cosas como “no quiero perderte”, “eres importante para mí”, “pase lo
que pase aquí voy a estar”, pero con el tiempo las situaciones cambian, las
personas también, pasan los meses o los años y cuando quiero reconstruir lo dicho
se van haciendo grandes las ausencias y los rechazos; de pronto llegan frases
como: “es difícil que seamos amigos, mucho”, o “sigo siendo el mismo pero en
otras circunstancias”, frases que llegan de una manera virtual, alejada, pero
que se clavan con la misma intensidad que si fueran dichas de frente y, es todavía peor, pues a esa distancia uno no puede siquiera intuir si se han dicho con
franqueza, si se estaba quebrando la voz al ser pronunciadas, si en ellas había
desprecio, si era algo que se tenía que decir aunque no se estuviera sintiendo.
Sea como sea, he asumido que las despedidas deben existir y
deben cumplirse. Y asumiendo dicha sentencia procedí a despedirme de aquellas
personas que estaban pendiendo de un hilo de mis manos, personas que más bien
eran fantasmas, seres de quienes ya me había despedido, pero que yo dejé
regresar. En esas despedidas, que en realidad no lo eran, yo me instalaba en la
posición de aguardar, similar a los desdichados personajes que esperan a Godot,
pronunciaba frases de ilusión y me atrevía a decir que mi vida estaba siendo
rentada, con todo y muebles, (Alejandro Páez participa en la frase) en lo que
esa persona regresaba. Ya no más.
Hace unos días aprendí por la mala que las despedidas deben
hacerse una sola y única vez, o no se pueden considerar como tales, que es muy
tortuoso alargar los procesos condenados a fracasar, que lo cíclico no debe
seguir alimentándose. Si uno se despide, que sea cierto, si no lo será, ni para
qué intentar elaborar el teatro del adiós que se vendrá abajo en cualquier
aleteo de mariposa. Aprendí por la mala, ni modo, yo misma y mis tertulias de
recuerdos y opiáceos basados en aromas idos, yo misma y mis letras sepultadas
en un tiempo en que todo era distinto.
Nada más que hacer. Las cosas cambian, y es importante
dejarlas atrás cuanto antes para no sufrirlas después. Parafraseo el refrán
que dice que cuando se cierra una puerta se abre una ventana. Sé de cierto que
esta vida se compone de bienvenidas y despedidas, jamás de eternidades, daré
paso a las bienvenidas.
Quote: "los amantes se miran en los ojos / un punto antes de que el amor los vea / se aman antes de amarse" Tomás Segovia
Reading: Odas de Ricardo Reis - Fernando Pessoa
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