sábado, 28 de diciembre de 2013

No visitaré el reino esta mañana


Homenaje a Francisco Hernández

No visitaré el reino esta mañana ni pasado mañana y tal vez nunca. Mi corazón está hundido en lo más abismal de los mares de la tristeza. La palabra nunca me alcanzará para decirlo todo, el lenguaje siempre mentirá por mí, pero como sea debo intentarlo. No buscaré mis pasos por el solar sombrío ni escucharé a los cuervos picotear esmeraldas alrededor del foso. Hago un réquiem a través de alas rotas, dedicado a lo perdido, a la realidad más pura. Soy nada a tu lado, te miro y recuerdo cómo mi ingenua alma quería pasar el resto de los días junto a ti. No seguiré el curso del torrente con la bandera en alto ni ensartaré a los peces de vísceras hinchadas que llegan a la orilla. Seré testigo impávido de cómo tus besos son de otra, para otra, con la que haces todo lo que quería que hicieras conmigo. La desolación nunca fue más pesada. Como una herida que no cierra, sobrevive luminosa la duda, nunca poder saber si acaso, de haber actuado de otra manera, las cosas hubiesen sido distintas, o si tal vez sólo fue mi propia estupidez que no quiso ver las señales de catástrofe generadas hace meses. La duda, la duda es una gotera ácida traspasándome el pecho. No estaré para levantar la tienda bajo la vibración de las colmenas ni mi corazón será turbado por la memoria de tu cuerpo desnudo. Y no sabré nunca qué estuvo mal, o si yo estuve mal. Allá, en el reino, otras manos amasarán la lluvia con la ceniza que llena el sayo de los muertos. Seré un ser para el abandono y sabré, todos los días hasta mi muerte, que miras hacia lados tan distintos, que sientes cosas tan diferentes a mí. Me entregaré a andar ese camino de espinas con la estúpida esperanza de poder llegar a ver otra luz, a dejar de sentir, a trascender (aunque no a vencer o eliminar) el dolor. Allá se harán pedazos los íconos, uñas ajenas adormecerán los muslos de las parturientas y las mejillas de los niños serán pasto de esos pequeños monstruos que vuelan en parejas, conducidos por un ejército de piojos. No volveré a tocarte. Tu nombre ya no pronunciaré. Nada, nada qué decir que me salve, nada que llorar que me limpie. No tengo ya nada sino el maldito recuerdo, Aquí, sobre la espalda de un combatiente que agoniza, acepto la derrota y esta imbécil nostalgia por el reino.

Music on: Aevin Endar - Jónsi
Quote: "El tiempo, eso que yo conozco como tiempo, se mide con tu ausencia". Francisco Hernández
Reading: Engaño - Philip Roth

martes, 17 de diciembre de 2013

La pérdida


Hace unos días terminé de leer Kitchen de Banana Yoshimoto, pensé que se trataba de una novela, pero en realidad, el libro contiene dos noveletas, Kitchen y Moonlight Shadow. Ambas historias tratan del amor desde la pérdida. De formas diferentes, las dos cuentan cómo se construye un amor a partir de la ausencia de otro, un amor extraño, poco convencional, pero más fuerte, en ambas está presente la muerte y la pérdida de los seres queridos: ¿a dónde vamos cuando nos quedamos sin la mitad de nosotros mismos? ¿cómo nos reconstruimos después del dolor? ¿en qué momento dos soledades similares, dos seres que han sufrido pérdias parecidas pueden encontrarse para sanarse mutuamente? De eso tratan, a muy grandes rasgos, las historias de Yoshimoto.

Moonlight Shadow narra la muerte trágica de un amante, ¿qué puede hacer la novia, viva, sin él, muerto? Me parece interesante, en general en la literatura japonesa, la posibilidad de abrir puertas hacia otras dimensiones, Murakami lo hace frecuentemente, Yoshimoto lo hace en Moonlight Shadow; esta puerta funciona como una posibilidad de redención, una suerte de cierre y de paz. En la puerta, la mujer, deprimida y abandonada puede decir adiós al amante que la muerte le arrebató, es una oportunidad única y mágica, en ella realiza un cierre y se llena de paz.

Justo el fin de semana hablaba con un amigo sobre el amor y, concretamente, sobre el instante en que una relación era perfecta, sin posibilidad de hacerla mejor y donde las dos partes son en extremo felices, tanto, que no quisieran que se les terminara ese amor jamás. Él me decía que dada la certeza de que todas las relaciones cambian y no es posible dejarlas en el limbo de la perfección más allá de unos instantes, lo mejor sería que, en ese justo momento la muerte llegara a separarlos. Es una situación más cómoda que trágica, si lo miramos así, pero algo tiene de verdad. Es cierto que las relaciones cambian, que los momentos perfectos desaparecen y que, muy probablemente, todo terminará; entonces la única manera de conservarnos perfectos es dejando de existir, que viniera la muerte y nos arrebate lo perfecto, para que en nuestras mentes y nuestras vidas, sepamos que lo tuvimos todo y así nunca saber nada de los momentos posteriores en que todo, seguramente, habría de cambiar y de descomponerse.

Me quedé pensando en ese consuelo. ¿Será que es mejor renunciar a lo perfecto justo en el instante de la perfección? Culpar a la muerte resulta mucho más conveniente, mediocre, quizá, pero conveniente. ¿Será que deberíamos agradecer que la muerte nos arrebate el amor a cambio de nunca ver el deterioro de nuestro amor? Algo de esa propuesta me parece interesante, pero en esta ocasión no tengo una respuesta al respecto, todavía no.


Music on: Another world - Antony and the Johnsons
Quote: "Pienso que estaría bien que las personas a las que amo fueran más felices de lo que son ahora"
Reading: El libro del desasosiedo - Fernando Pessoa

lunes, 9 de diciembre de 2013

Sor Juana también habla del amor



Sor Juana Inés de la Cruz afirma en la Respuesta a Sor Filotea de la Cruz que el único escrito auténticamente suyo y hecho a voluntad era el Primero Sueño. Pero habría que ser bastante ingenuos si creemos que nada del resto era sólo escrito por encargo. Los sonetos amorosos demuestran una clara experiencia en el tema; la monja, estando enclaustrada, entendió a la perfección una de las vicisitudes más fundamentales en las relaciones amorosas, es decir, el viejo adagio de amar y buscar a quien no nos ama y despreciar e ignorar a quien nos busca y nos quiere. Ella lo escribió así:

Feliciano me adora y le aborrezco;
Lisardo me aborrece y yo le adoro;
por quien no me apetece ingrato, lloro,
y al que me llora tierno, no apetezco:
a quien más me desdora, el alma ofrezco;
a quien me ofrece víctimas, desdoro;
desprecio al que enriquece mi decoro
y al que le hace desprecios enriquezco;
si con mi ofensa al uno reconvengo,
me reconviene el otro a mí ofendido
y al padecer de todos modos vengo;
pues ambos atormentan mi sentido;
aquéste con pedir lo que no tengo
y aquél con no tener lo que le pido.

Y es la misma cantaleta de siempre, terriblemente actual. Sor Juana se dio cuenta de que así funcionaban, en buena medida, las relaciones humanas. No es que me sorprenda que seamos los mismos hace 500 años que ahora, a pesar de los renovados acuerdos sociales y culturales; no me sorprende, pero sí me intriga que nuestra naturaleza sea así de simple y de primitiva. Parece que no somos capaces de amar sino lo que no tenemos y por estar empecinados en lo que no tenemos, despreciamos a la gente que nos procura, nos cuida, nos llama, nos busca y hasta nos quiere.

En este momento, lo que escribo con pretexto de Sor Juana, se torna totalmente personal. Es cierto que quiero a alguien, que tengo, pues, mi Lisardo, alguien que si bien no me aborrece, sí me roba buena parte de mis esfuerzos y no  me da lo que yo quiero. Por otro lado tengo varios Felicianos, gente que me busca, que quiere estar conmigo, que me llama, que me pregunta cómo estoy y qué voy a hacer, que quiere verme. Y yo, como la monja, los hago a un lado. Me he dado cuenta de que este no es, para nada, un caso aislado, sino que forma parte de la vida. Supongo que sucede que, de pronto, uno encuentra exactamente lo que está buscando, o no lo encuentra y sigue en la deriva de lo que cree que quiere.  Pasa como a Summer y Tom, de 500 days of Summer, pasa que uno encuentra al amor de su vida, mientras el otro, no. Y así nos la vamos llevando, hundidos siempre en este tipo de contradicciones, sufriendo algunas veces por no lograr lo que queremos –por no ser suficiente para el otro-  y sí, es tormentoso de los dos lados. Uno se dice a sí mismo “no soy una mala persona” pero en el camino, por propio enamoramiento (o empecinamiento) ya hemos despreciado y quizá lastimado gente por perseguir lo que creemos que hemos encontrado, por no dejarlo ir jamás.

Así somos y nos creemos el cuento de que hacemos lo correcto, pero ¿habría que esperar a encontrar exactamente lo que uno quiere? ¿Y mientras qué? Aquí Sor Juana ofrece un giro interesante a la situación, tangible a través de otro de sus sonetos amorosos, en el cual se encuentra finalmente resignada al dilema, donde se dice derrotada y conforme en la mediocridad. Escribe:

Al que ingrato me deja, busco amante;
al que amante me sigue, dejo ingrata;
constante adoro a quien mi amor maltrata;
maltrato a quien mi amor busca constante.
Al que trato de amor, hallo diamante,
y soy diamante al que de amor me trata;
triunfante quiero ver al que me mata,
y mato al que me quiere ver triunfante.
Si a éste pago, padece mi deseo;
si ruego a aquél, mi pundonor enojo:
de entrambos modos infeliz me veo.
Pero yo, por mejor partido, escojo
de quien no quiero, ser violento empleo,
que, de quien no me quiere, vil despojo.

Por ahí he leído y escuchado de bocas de la gente que es mejor buscar emparejarse con alguien que te quiera y te procure y te busque y así, sin importar que no sientas lo mismo. Sor Juana termina aceptando esto: quédate con quien te quiere, en lugar de ser la sobra del que no. Así lo entiendo, en mis parafraseos tropicalizados de la excelsa poeta. Y no estoy de acuerdo. De todos modos se sufre, eso sí, pero no por aceptar ser ese “violento empleo” de quien nos quiere, alcanzaremos más felicidad. La mediocridad, en esta situación, no la acepto. Prefiero seguir penando por quien no me quiere que resignarme a estar con quien no quiero pero sí me quiere. Sor Juana eligió, todos tenemos la opción de elegir. Una vez elegí la mediocridad y tampoco tuve buenos resultados, quizá vale la pena buscar más, quizá.

El ser humano, como sea, no deja de ser primitivo: si tiene algo perfecto lo desprecia, si tiene algo seguro, no lo cuida; en cambio busca con fervor lo que no le dan en bandeja de plata. Así somos. Pero ese ya es otro asunto, y, tomando la frase de Michael Ende en La historia interminable: “esa es otra historia y debe ser contada en otra ocasión.”

Music on: Us and them - Pink Floyd
Quote: "Es tan lejos pedir. Tan cerca saber que no hay". Alejandra Pizarnik
Reading: El libro del desasosiego - Fernando Pessoa

lunes, 2 de diciembre de 2013

Shakespeare -forever- in love


No recuerdo hace cuántos años vi por primera vez esa película. Me encantó la chispa jocosa, la música, los ambientes; por supuesto que amé la idea de Shakespeare haciéndose tonto con una joven enamoradiza y vestida de hombre, amé a una Viola ingenua y con la rudeza necesaria para aventurarse en el teatro. Claro que toda la trama parece, en verdad, otra comedia más de propio Shakespeare. Pero lo mejor, y al mismo tiempo más terrible de todo, es el amor. La película no tiene final feliz. No es una historia que busque la redención de los personajes en pos de una más alta justicia. Las cosas terminaron como tenían que terminar, luego de su breve y apasionado amorío, fue necesario regresar a la realidad. Viola termina cumpliendo los votos de matrimonio con un hombre que no ama; William acaba con el corazón roto, creyendo que ya no escribirá más. Sin embargo, los amantes ganan algo: consiguen, de un modo muy extraño, la eternidad, la trascendencia, el amor perfecto y la capacidad de conservar el instante intacto.

Esta idea de la permanencia ha sido de interés para varios escritores. Muchos años después de Shakespeare, John Keats escribió su poema "Oda a una urna griega" en el que proyectó a la perfección la eternidad y lo imposible de ésta. En el poema se describe con detalle el grabado de una urna griega, ahí aparecen dos amantes, a punto de encontrar sus labios en un beso. Keats explica que ellos gozan de una felicidad eterna, pues el grabado los rescata en el instante en que son más plenos y felices pues están a  punto de unir sus bocas. Cierto que Keats también sugiere que en esta suerte de suspensión también hay una condena, ya que realmente jamás van a tocarse y sólo se quedan suspendidos en el instante previo, mas la redención radica en que no se puede verdaderamente alterar ese momento perfecto y en aras de su conservación, lo que sucedería o podría suceder después no es tan importante.

Habría que preguntarse cuál es la más grande perfección y qué acusa mayor trascendencia en el recuerdo, la de un instante perfecto, tangible y conservable; o la de una vida entera, totalmente incierta. Yo me quedo con el instante, no hay más. Muchos años después de Keats, Octavio Paz regresó a rescatar la belleza de lo efímero y la paradoja que existe entre lo permanente y lo mutable. Los amantes de Keats son los más felices pues en su haber no cuentan con más que ese instante pleno en que no pueden sino estar alegres y dichosos. Keats, a través de esta urna, nos está salvando del precipicio. Paz diría que es sólo en el instante donde se puede hacer poesía, donde puede contenerse el todo y que es entonces donde existe una verdadera manera de salvarse, incluso de trascender. Los jóvenes William y Viola se salvan a sí mismos del precipicio, de una manera muy poco convencional. El final, como ya dije, no es feliz;  nos indica que nunca van a estar juntos, que el matrimonio arreglado de Viola con Sir Robert de Lesseps es inevitable y que la fama y prestigio del aún joven escritor está por comenzar y debe quedarse en Inglaterra a continuar su oficio. No es un final feliz,en el sentido en que estamos acostumbrados, pero es un final loable que apuesta por conservar la eternidad.

En el último diálogo que ellos sostienen, se establece algo fundamental: el recuerdo sin marchitarse. Muchas veces al seguir adelante en una relación con alguien las cosas lejos de mejorar, empeoran, los recuerdos agradables se tornan en dolorosos y resulta difícil rescatar los instantes de dicha. Esto no sucederá jamás para Viola y William, ellos se separan y afirman: "tú no envejecerás jamás, ni desaparecerás, ni morirás para mí"; y este sentimiento es recíproco. En esta declaración los amantes establecen un recuerdo perfecto el uno del otro, el cual guardará cada idilio, cada beso, cada palabra dicha, en una perfección que en muchos casos se pierde para los que siguen adelante.

Esa es la verdadera eternidad, el verdadero instante preciado y puro. Esto es lo que buscaba Paz al rescatar los instantes. Es lo que quería decir Keats al loar el momento exacto en que se encapsula la perfección. En efecto, de esta manera Shakespeare estaría siempre enamorado. Ahora bien, que a costa de la eternidad uno tenga que abandonar lo que más ama es una lástima. O quién sabe, quizá no lo es.

Music on: Ludus - Arvo Pärt
Quote: "Amar a alguien y poco a poco ya no amarlo. El único dolor que me permito" Jorge Volpi
Reading: Kitchen - Banana Yoshimoto